Tal vez sea una obviedad, pero detrás de cada avance científico se esconde un proceso. O, si se quiere, una historia que contar: lo que era una simple participación en un evento se transformó en una enriquecedora experiencia, con investigadores y estudiantes trabajando a la par.
La competencia TECNOx convocaba a investigadores de toda la región para pensar respuestas a problemas locales. Y allí se presentó la Facultad de Farmacia y Bioquímica de la UBA a través de un equipo conformado por tres docentes e investigadores- Malena Manzi, Rodrigo González y Javier Santos, con el rol de instructores- y siete estudiantes de carreras afines.
Si bien pensaron en varias opciones –artefactos para identificar metales o contaminantes, sistemas de luz a partir de bacterias- se impuso el Síndrome Urémico Hemolítico (SUH) como desafío. La enfermedad es provocada por la presencia de cepas específicas de una bacteria –la Escherichia coli- en el agua o en alimentos mal cocinados, lo que ocasiona diarrea, vómitos, deficiencia renal e, incluso, la muerte. El escenario en Argentina es complejo: según datos del Ministerio de Salud de la Nación, el país presenta la mayor tasa de incidencia mundial de SUH en niños menores a cinco años.
Actualmente, para detectar esta infección se realizan análisis de laboratorio clínico, lo que requiere de insumos y varios días de espera. Además, la identificación y confirmación de ciertas cepas sólo se realiza en centros de referencia, como el Instituto Malbrán, lo que dificulta el acceso a poblaciones que estén alejados de las grandes ciudades.
“Lo que nosotros proponemos- explica Manzi, doctora y docente de la UBA- es poder detectar esa bacteria de forma más rápida, para que el médico tenga un diagnóstico temprano y en base a eso pueda proponer un mejor tratamiento”. El proyecto, que está en fase experimental, recibió menciones por creatividad, relevancia social y comunicación en la competencia TECNOx.
Un verdadero trabajo en equipo
Para los instructores, uno de los aspectos más enriquecedores fue compartir este espacio de trabajo con estudiantes, algo que sorprendía a algunos colegas dada la propuesta pedagógica que se implementaría. “Muchos compañeros nos preguntaban ‘¿van a trabajar con alumnos, desde cero, sin saber bien lo que van a hacer?’”, recuerda Manzi.
“Buscamos distintos perfiles en los chicos. Por más que algunos sean de la misma carrera, uno va notando qué temas les interesan o para qué tienen más facilidad”, agrega la bioquímica. El rol de los estudiantes fue clave: participaron activamente en la generación de ideas, en la búsqueda de la información, en la elaboración de los diseños experimentales y en la realización de los ensayos.
“Este tipo de trabajo fue el ejemplo más claro de graduados y estudiantes trabajando a la par: no les impusimos nada desde nuestro lugar y ellos traían respuestas en cosas que no podíamos avanzar –asegura González, doctor en Biotecnología e investigador de la UBA- Se trató, sin dudas, de una propuesta pedagógica muy interesante para todos”.
En la misma línea, Santos destaca lo novedoso de la forma de trabajo. “Si lleváramos adelante esta idea en los caminos oficiales, recién estaríamos en el procesamiento de aptitudes. Tiene lógica, porque si te van a dar subsidios está bien que te juzguen tus pares o superiores. Pero no estaría mal que el Estado financie esta forma de trabajo, con la presencia activa de alumnos y donde la lógica y la organización es completamente distinta”, asegura el doctor en Ciencias Biológicas e investigador del CONICET.
En el camino, van recibiendo la ayuda de distintas instituciones. Por un lado, el Departamento de Química Biológica y el de Biotecnología de la Facultad, que prestan sus laboratorios y materiales. Además, cuentan con el apoyo financiero de la Fundación Ciro de Santadina, que lucha contra el SUH.
Buscando genes específicos
El mecanismo del dispositivo implica la detección de dos genes, ureD y espK, cuya presencia confirmaría que el paciente tiene alguna de las siete cepas más peligrosas que produce el SUH. Al incluir una muestra- generalmente materia fecal- en el dispositivo, la presencia de estos genes posibilitaría la formación de una proteína fluorescente verde. “Es necesario que estén los dos genes. Si hay uno solo, esta proteína no se forma. Así, no tenemos falsos positivos”, asegura Santos.
Por ahora, el grupo sigue en la fase experimental: si bien han trabajado en el diseño de identificación de los dos genes, por ahora sólo pudieron avanzar en los experimentos con uno solo. “Para seguir avanzando necesitamos más apoyo económico. Vamos a evaluar cada gen por separado y, luego, podremos probar los dos juntos”, detalla González.
Como no pueden trabajar con las bacterias específicas, por ser patógenas, experimentan con otra cepa de Escherichia coli que no presenta riesgos y a las que le agregan estos genes específicos. “Si el prototipo funciona, empezaríamos a probarlo con muestras reales de pacientes. En este caso, la muestra sería materia fecal, pero también podrían analizarse otras muestras, como alimentos contaminados o agua”, puntualiza Manzi.
El grupo de trabajo está conformado por siete estudiantes de la Universidad de Buenos Aires (Facultad de Farmacia y Bioquímica y Facultad de Ciencias Exactas y Naturales): Matías Iglesias, Marina Kretowicz, Tatiana Marques, Julieta Pacheco, Mariana Sacerdoti, Ellioth Sewell y M. Agustina Toscanini, quienes desarrollan el proyecto junto a los doctores Rodrigo González y Javier Santos, y la doctora Malena Manzi.