La contaminación por arsénico en los pozos afecta a millones de personas en la India y otros países. Ante una situación que se agrava, los científicos luchan por buscar fuentes más seguras.
La publicación española de Investigación y Ciencia – Scientific American – a través de una historia de vida pone en primera plana el flagelo de 140 millones de habitantes de la India que beben diariamente agua con arsénico, y las consecuencias de esa realidad. Cadena Nueve publica el informe, el cual textualmente dice:
En su noche de bodas, Gita Paul se sentía condenada. Sus padres habían pactado su casamiento con un hombre a quien nunca había visto, un habitante de Kolsur, un pueblo pobre situado a unos kilómetros de su hogar, en el mismo paisaje de arrozales, prados para el ganado y cúmulos de casas cercano a Calcuta, en el este de la India. Los matrimonios concertados entre desconocidos son comunes en la zona. Cuando Gita vio a su marido por primera vez, se quedó horrorizada: su cuerpo se hallaba cubierto de llagas y costras. Después conoció a su familia política. Un hermano mayor había perdido un pie por putrefacción, una hermana no gozaba de buena salud y otro hermano había fallecido en la treintena. En el pueblo había muchas personas enfermas. «Jamás había visto nada igual», comenta Gita años más tarde cuando se la entrevista, sentada en los toscos escalones de la diminuta casa de ladrillo de su familia. «Creí que se trataba de una enfermedad contagiosa.»
Para cuando aparecieron costras en la piel de Gita, ella ya había oído que la enfermedad no se transmitía por el aire, sino por el agua. Habían llegado científicos con unos sencillos equipos portátiles de análisis y con la mala noticia de que el agua fresca y clara de los pozos del pueblo estaba intoxicando a la gente con arsénico. Gita decidió que su marido y ella debían mudarse. Gastaron todo el dinero que tenían en trasladarse a un pueblo agrícola cercano. Pero también allí la gente se moría, y los vecinos afirmaban igualmente que los pozos estaban contaminados.
Los científicos y la gente de los pueblos tenían razón. Sin saberlo, los habitantes de muchas localidades de la región se estaban envenenado al beber agua o al cocinar y lavar los platos con ella. En Asia, al menos 140 millones de personas consumen agua contaminada con arsénico procedente de incontables pozos tubulares, bombas accionadas manualmente que se acoplan a tuberías de plástico o de metal que penetran en la tierra. Solo en la India, se han excavado durante los últimos treinta años, muchas veces a mano, más de 18 millones de estos pequeños pozos, según cifras facilitadas por el Gobierno. Se hicieron en un intento de evitar las aguas superficiales, cargadas de patógenos o de vertidos industriales. Sin embargo, la muerte también moraba bajo el suelo.
El arsénico, de origen natural, mata las células humanas, lo que primero provoca lesiones cutáneas y luego, a medida que se va acumulando lentamente en el cuerpo, daños cerebrales, cardiopatías y cáncer. Se han encontrado aguas subterráneas con arsénico en al menos 30 países, desde Argentina a China, Camboya y Vietnam, además de en zonas de Canadá y Estados Unidos (véase el recuadro «Distribución del arsénico subterráneo»).
El uso cada vez más extendido de pozos para acceder a las aguas subterráneas —la gente necesita agua para beber, y los agricultores, para los cultivos que alimentan a una población numerosa— no ha hecho sino empeorar las cosas. Esa captación ha alterado el curso de las corrientes subterráneas, de modo que agua que antes fue limpia corre ahora a través de sedimentos ricos en arsénico, y pozos que antes eran puros y estaban ubicados en pueblos sanos son hoy fuente de catástrofes.
Hace poco, los expertos decidieron probar una nueva estrategia: trazar mapas del subsuelo con el objetivo de determinar qué lugares ofrecen mayor seguridad a la hora de excavar pozos. Hasta el momento, sin embargo, la velocidad de las reacciones químicas y los cambios en los flujos subterráneos han sobrepasado la capacidad predictiva de los mapas. «Se trata de una situación penosa. Es sencillamente desesperada», se lamenta Dipankar Chakraborti, químico analítico que ha dedicado 28 años a estudiar el problema en la Universidad de Jadavpur, en Calcuta, donde fue director de la Escuela de Estudios Ambientales. La universidad trabaja ahora en la creación de un instituto de investigación con su nombre (la Fundación de Investigaciones DC) para promover estudios sobre el arsénico. «Estamos alterando las cosas tan deprisa bajo tierra que apenas podemos seguir el paso.»