La Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer “IARC” (por su sigla en inglés), organismo intergubernamental dependiente de la Organización Mundial de la Salud de las Naciones Unidas, “OMS”, a través de su comité de 17 expertos provenientes de 11 países, reunido en su sede de Lyon, Francia, el 20 del corriente planteó un interrogante de consideración sobre la calificación de un herbicida de uso masivo y cuatro insecticidas.
En un comunicado oficial publicado en la revista científica The Lancet Oncology, dio a conocer un resumen de un estudio realizado sobre glifosato e insecticidas, que expresa hay “evidencia limitada” de que pueden producir linfoma no Hodgkin en seres humanos, existiendo pruebas “convincentes” de que puede causar cáncer en animales de laboratorio. Aclarando que las evaluaciones serán publicadas íntegramente en la futura edición de monografías de esta agencia.
En los fundamentos del resumen de marras, aduce que se encontró glifosato en la sangre y orina de trabajadores rurales, indicando absorción. Además señala que el herbicida causó daños en el ADN de mamíferos y en células humanas, razón por las cuales lo coloca en la nómina de “probablemente cancerígenos”. Cabe consignar que IARC clasifica los principios activos en cinco escalones. El grupo 1 corresponde a las sustancias ampliamente probadas como cancerígenas.
En el grupo 2A, en el que se incorporó el glifosato, se incluyen aquellas que pueden causar cáncer a los humanos, pero las pruebas no son concluyentes. En el grupo 2B figuran las sustancias que aún están lejos de ser concluyentes. En el grupo 3 aquellas de las que no hay pruebas, y en el grupo 4 aquellas sobre las que hay pruebas suficientes de que no causan cáncer a los humanos. Para ser más preciso, la clasificación del grupo 2A según lo indica la propia IARC significa “probablemente cancerígenos para los seres humanos”. En dicho segmento además del glifosato se incluyeron dos insecticidas: malatión y dianizón; en tanto ubicaron en el grupo 2B ubicaron otros dos insecticidas: paratión (altamente tóxico prohibido en varios países, entre ellos el nuestro) y tetraclorvinfos (de uso veterinario para control de parásitos. Vedado en la UE, pero empleado en EE.UU en mascotas).
Tras conocerse el sumario de IARC la multinacional Monsanto descubridora de la molécula y, principal productora de glifosato a nivel mundial con su marca Roundup, reaccionó rechazándolo mediante otro comunicado aseverando “todos los usos del glifosato incluidos en la etiqueta” son “seguros” para los seres humanos, a tenor de la información recogida en “una de las bases de datos de salud humana más amplias que se han recopilado hasta ahora” sobre productos agrícolas; enfatizando que “cada herbicida a base de glifosato en el mercado cumple los rigurosos estándares establecidos por las autoridades regulatorias para proteger la salud humana”.
En la réplica Monsanto cuestiona que IARC “no tuvo en cuenta y no reconoció decenas de estudios científicos que apoyan la conclusión de glifosato no es un riesgo para la salud humana”, refiriéndose especialmente al Estudio de Salud Agrícola, “realizado durante 20 años, que costó varios millones de dólares y fue financiado por los contribuyentes estadounidenses para estudiar el cáncer y otros resultados de salud entre los agricultores y sus cónyuges”. Para remarcar que “más de 89.000 personas han participado en este estudio desde 1993, y 20 años de datos del estudio apoyan la conclusión de que no hay evidencia creíble de que el glifosato puede causar cáncer”. Si bien se desprende del citado comunicado de la IARC, los efectos del glifosato sobre los humanos aún no son concluyentes, habida cuenta que se trata de uno de los agroquímicos más utilizados en todo el mundo, con una supremacía absoluta en Argentina donde se comercializan anualmente alrededor de 260 millones de litros, las repercusiones son ya notorias y, seguramente ocupará un lugar preponderante en la agenda agrícola y política internacional.
Es de dominio público que este no es el primer cuestionamiento al glifosato planteado por investigadores; no obstante los anteriores no exhibieron un rigor científico reconocido en alto nivel. Sin ir más lejos en nuestro país, son dables recordar las críticas formuladas por el biólogo molecular Andrés Carrasco en un estudio que calificaba directamente de cancerígeno al glifosato, más sus propios colegas de Conicet no avalaron esa postura, en tanto el ministro de Ciencia y Tecnología, Lino Barañao, desconoció públicamente la legitimidad del mencionado trabajo. Algo parecido ocurrió posteriormente en Francia, cuando el ente superior desautorizó las conclusiones de un científico galo.
La situación recientemente planteada toma otro cariz, pese a que el discernimiento es menos severo, el predicamento de una agencia específica, integrada por expertos, perteneciente a una entidad prestigiosa como la Organización Mundial de la Salud, tiene un peso específico tal que traerá aparejado una serie de reconsideraciones técnicas, productivas y políticas en el concierto internacional. Prematuro y aventurado resultaría prever acontecimientos, o lucubrar conjeturas azarosas, máxime cuando la provisión mundial de alimentos tiene por este tiempo una dependencia innegable sobre este herbicida, puesto que cualquier restricción significativa modificará considerablemente los costos de producción y, por ende no resultará neutro para la seguridad alimentaria de un planeta que aún tiene más de 800 millones de hambrientos.
El escenario planteado genera múltiples interrogantes y, la situación exige máxima responsabilidad y, el estudio meticuloso de todas las variables y sus consecuencias.