Malbec, oriundo de la región de Burdeos (Francia) y proveniente de un antiguo cruzamiento de Magdeleine noir y Prunelard, es la variedad emblemática de la producción vitivinícola argentina.
Este cepaje muestra particularidades distintas a las de su lugar de origen, las cuales se deben a las diferencias de clima y suelo, características genéticas de las plantas, manejo del viñedo y métodos de elaboración del vino.
El Malbec argentino permite lograr excelentes vinos que son apreciados y reconocidos por los consumidores a nivel nacional e internacional.
Cada 17 de abril, Argentina celebra su cepa insignia: el Malbec. Esta variedad de uva tinta no solo es símbolo de identidad nacional, sino también un emblema del éxito argentino en el escenario vitivinícola internacional. Su historia, su arraigo en el suelo mendocino y su proyección global lo convierten en un verdadero fenómeno cultural y económico.
“El vino comienza a definirse en la viña”, asegura el enólogo José Hernández Toso desde una finca, ubicada en el corazón del Valle de Uco, Mendoza. “El Gran Malbec representa una visión del vino como arte”, agrega, dejando en claro que no se trata solo de técnica, sino de sensibilidad y expresión.
Un emblema nacional con raíces extranjeras
El Malbec nació en Francia, pero encontró su plenitud en los Andes argentinos. Introducido en el país a mediados del siglo XIX, su adaptación a los suelos y el clima de Mendoza fue tan exitosa que, con el tiempo, se convirtió en la variedad más representativa de la vitivinicultura nacional.
La elección del 17 de abril para homenajearlo no es casual: esa fecha recuerda el día en que el presidente Domingo Faustino Sarmiento impulsó en 1853 el desarrollo de la viticultura argentina.
Hoy, el Malbec representa el 64% de todas las exportaciones de vino del país, según datos del Instituto Nacional de Vitivinicultura (INV). Y en 2024, a pesar de años recientes complejos para el sector, las exportaciones crecieron un 4%, alcanzando los 713,5 millones de dólares.
Una bebida, mil paisajes
Aunque Reino Unido, Estados Unidos, Brasil, Canadá, México, Países Bajos y Alemania lideran la demanda de Malbec argentino, su popularidad ya no conoce fronteras. Este vino ha ayudado a diversificar mercados, impulsar inversiones en tecnología, profesionalizar prácticas productivas y explorar nuevos terroirs. A su vez, ha posicionado a Mendoza como un polo enoturístico de alcance global.
El arte hecho vino
El cuidado de cada viñedo debe ser meticuloso: suelos franco-arenosos con gravas, exposición solar ideal, conducción en espaldera alta y riego por goteo con agua de pozo surgente. Todo está pensado para que las uvas crezcan con carácter, frescura y expresión varietal.
Pero para el equipo detrás del vino, el verdadero valor trasciende los puntajes. “El Gran Malbec es una forma de contar quiénes somos, de dónde venimos y qué sentimos”, expresa Hernández Toso. Como el tango, que sigue reinventándose sin perder su esencia, este Malbec emociona por su autenticidad.
El Malbec es más que una bebida: es una expresión cultural profunda, una postal líquida de la Argentina que ha sabido conquistar al mundo sin olvidar sus raíces. En cada sorbo, hay historia, pasión y una identidad que se celebra —como hoy— a lo largo y ancho del planeta.