En un país donde la grieta política parece ser el pan de cada día, es inevitable preguntarse qué pasó con aquellos valores que alguna vez nos unieron como argentinos. El Martín Fierro, esa obra cumbre de José Hernández que debería ser el faro moral de nuestra nación, parece haber sido enterrada bajo la pala de la ambición política. Sus consejos, tan sabios como vigentes, han sido ignorados, violados y pisoteados por gobiernos de todos los colores. Hoy, más que nunca, es necesario recordar aquella “ley primera” que Fierro nos legó: “Los hermanos sean unidos, porque esa es la ley primera.”
Pero, ¿qué significa ser unidos en un país donde la división es moneda corriente? Significa respetar al prójimo, escuchar al que piensa distinto y construir sobre lo que nos une, no sobre lo que nos separa. Sin embargo, tanto el gobierno anterior como el actual han optado por el camino fácil: cavar grietas, fomentar el odio y promover la confrontación. En lugar de unir, han dividido; en lugar de dialogar, han impuesto; en lugar de respetar, han despreciado.
El Martín Fierro también nos advierte: “El que es amigo, no sea importuno, ni de hoy para mañana sea otro.” ¿Acaso no hemos visto cómo la lealtad política se convierte en traición de un día para otro? ¿Cómo los acuerdos se rompen y las palabras se vacían de sentido? La ambición desmedida ha corrompido no solo a los políticos, sino también a quienes deberían informar con objetividad. Los periodistas, los opinólogos y los comunicadores han caído en la trampa de la polarización, repitiendo consignas en lugar de buscar la verdad.
Y qué decir de otro consejo inmortal de Fierro:
“El trabajar es la ley, porque es preciso adquirir; no se espongan a sufrir una triste situación: sangra mucho el corazón del que tiene que pedir.” Este gobierno y el anterior han fallado en garantizar el trabajo digno para todos los argentinos. La inflación, la pobreza y la desesperanza son el pan de cada día para millones de compatriotas. Mientras tanto, los dirigentes se enredan en disputas estériles, olvidando que su deber es servir al pueblo, no servirse de él.
La grieta y los responsables: Milei, Macri y Cristina
La llamada “grieta” no es un fenómeno espontáneo; es el resultado de décadas de discursos de odio y estrategias de división impulsadas por figuras clave de la política argentina. Javier Milei, con su retórica incendiaria y su desprecio por quienes piensan distinto, ha llevado el discurso de odio a niveles alarmantes. Sus ataques furibundos contra “la casta” no solo simplifican problemas complejos, sino que también alimentan la desconfianza y el resentimiento social. Milei y todo el arco de La Libertad Avanza (LLA) han convertido la confrontación en su bandera, olvidando que la política es, ante todo, el arte de construir consensos.
Por su parte, Mauricio Macri y el PRO, durante su gobierno, profundizaron la división al estigmatizar a quienes no comulgaban con su proyecto. La frase “volver a ser un país normal” no solo era una consigna vacía, sino también un mensaje de exclusión hacia quienes no encajaban en su visión de la Argentina. Macri, con su estilo tecnocrático y distante, no logró (o no quiso) tender puentes con los sectores más vulnerables, lo que solo exacerbó las tensiones sociales.
Y no podemos olvidar a Cristina Fernández de Kirchner, cuyo liderazgo, aunque cargado de logros sociales, también estuvo marcado por un discurso polarizador. Su enfrentamiento constante con los medios, el campo y la oposición política contribuyó a consolidar la grieta. Cristina, con su estilo confrontativo y su habilidad para movilizar a las bases, supo capitalizar el resentimiento, pero no siempre supo construir diálogos que trascendieran las trincheras partidarias.
El costo de la división
Estos tres actores, cada uno a su manera, han sido responsables de alimentar la grieta. Milei, con su retórica incendiaria; Macri, con su elitismo desconectado de la realidad; y Cristina, con su confrontación permanente. Todos han violado la “ley primera” del Martín Fierro: *”Los hermanos sean unidos.”* En lugar de buscar la unidad, han optado por la división, cavando grietas que hoy parecen insalvables.
El Martín Fierro no es solo un libro; es un espejo que refleja el alma argentina. Pero ese espejo hoy está empañado por la mezquindad, la soberbia y la falta de respeto hacia los valores que nos hicieron grandes. Si queremos salir de esta crisis, no solo económica sino también moral, es hora de volver a Fierro. Es hora de recordar que los hermanos deben ser unidos, que el trabajo es sagrado y que la palabra empeñada vale más que cualquier interés personal.
La pregunta es: ¿estamos dispuestos a desenterrar el Martín Fierro de la fosa donde lo hemos arrojado? ¿O seguiremos cavando grietas hasta que el país entero se derrumbe? La respuesta está en nuestras manos, pero el tiempo se agota.
*Porque, como bien dice Fierro: “El que nace barrigón, es al ñudo que lo fajen.”* Y nosotros, argentinos, nacimos para ser grandes. No dejemos que la ambición de unos pocos nos robe ese destino.
Escribe para Cadena Nueve, Roberto Anselmino