PEREGRINOS DE ESPERANZA
Homilía del Obispo de Santo Domingo de Nueve de Julio,
Ariel Torrado Mosconi, en la misa estacional de la solemnidad de la Sagrada Familia y apertura del Año Santo Jubilar 2025, Iglesia catedral, domingo 29 de diciembre de 2024. (I Sam 1,22-22.24-28; Sal 83; I Jn 3,1-2.21-24; Lc 2,41-51)
Queridos hermanos, con inmensa alegría damos apertura en nuestra Diócesis de Nueve de Julio al Año Jubilar, un año de esperanza como repetidamente señala el Papa Francisco.
Con esta peregrinación exterior queremos disponernos para una peregrinación interior. Peregrinar es salir de un sitio para llegar a otro. Salir del pecado para ir a la gracia. Morir para nacer de nuevo. Lo hemos hecho simbólicamente al pasar junto la Cruz para llegar a la pila bautismal. Pasar por la cruz para nacer de nuevo.
Esta celebración tan significativa como importante se da en la Fiesta de Sagrada Familia, el gran modelo de amor que tenemos los cristianos. El evangelio de hoy nos muestra a la familia de Nazaret como peregrina a Jerusalén. Buscando a Dios y buscando al hijo perdido. Es hora de que nosotros como María y José busquemos más ardientemente a Dios y como familia de la Iglesia vayamos a buscar a ese Cristo, escondido en el hermano que se ha perdido o alejado.
El Papa Pablo VI nos decía que la Sagrada Familia, Nazaret es la escuela de silencio, familia y trabajo. Estas tres realidades nos pueden ayudar a reflexionar sobre dónde aplicar estos cambios concretos en la vida: oración, vida familiar y en mi trabajo.
¡Cuánta ilusión tiene puesta el Papa Francisco en este Año Jubilar! Los Jubileos los practicaban en el Antiguo Testamento; eran cada 50 años y se perdonaban todas las deudas. En este Jubileo cristiano, la esperanza está puesta en que Dios perdone todas nuestras deudas, que nos purifica de nuestros pecados y nos haga mejores.
PEREGRINOS
El Santo Padre dijo hace poco a una periodista argentina que el Jubileo hay que vivirlo desde dentro, arreglando las historias personales delante de Dios. ¿Desde dentro?, o sea desde el corazón, desde la conciencia personal. El Jubileo no se reduce a unas prácticas externas, es un acontecimiento de perdón, de alegría, de recomponer tantas cosas personales y sociales, De perdonar, de arreglar tantas historias interiores que uno tiene archivadas y no se anima a desempolvar, se trata de una verdadera conversión de vida, y a esto yo los animo, son palabras del Papa.
Para lograr esa conversión de vida es necesario un diálogo personal con Dios, y preguntarnos, ¿hay a alguien que aún no he perdonado?, ¿tengo que pedir perdón a a alguien que he ofendido o lastimado? ¿tengo algo archivado que purificar? ¿Me debo a mi mismo el perdonarme errores del pasado? ¿Hay cuestiones que aún no me animé a hablar con Dios y pedirle perdón?
La periodista le preguntó: ¿Qué tenemos que hacer para ser perdonados? Y el Papa le contestó: tener ganas de ser perdonado, nada más, y decirle al Señor, perdóname, y el Señor perdona, Dios perdona todo, todo, todo, Dios no se cansa de personar, somos nosotros los que nos cansamos de pedir perdón, no se olviden de eso. Y añadió: el gran lema del Jubileo: el Señor perdona.
ESPERANZA
Un cristiano tiene esperanza, espera, porque se apoya en la fuerza de Dios, siempre y en todo. Si faltara esperanza, uno no se movería; ¿se movería un futbolista si supiera que el partido ya está perdido? ¿estudiaría quien supiera que no lo van a aprobar?
En la Homilía de Nochebuena, el Papa Francisco, hablando de lo que atenta contra la esperanza, se refirió a algunos peligros: al de una vida de oración mediocre, floja; al peligro de acostumbrarse a la pereza (dejo de rezar, de esforzarme en la ascesis y lucha personal para superarme y mejorar); al peligro de acostumbrarse a las cosas que alejan de Dios; del peligro de la indolencia, que significa que me da todo igual, sea bueno o sea malo, y me quedo como paralizado en la a comodidad, en el egoísmo. Peligros porque al alejarme de Dios se enfriaría la esperanza, se apaga el entusiasmo por Dios, se pierden las ganas de cambiar, de mejorar.
Citó el Papa a San Agustín: se nos pide despreciar las cosas que no van y tener el coraje de cambiar; se nos pide hacernos peregrinos hacia la búsqueda de la verdad, soñadores jamás cansados, mujeres y hombres que se dejan inquietar por el sueño de Dios, que es el sueño de un mundo nuevo, donde reina la paz y la justicia.
Esperanza; que el sueño de Dios, el de una vida mejor, nos movilice. En definitiva, es nuestra vocación a la santidad que brota del bautismo. Estamos llamados a ser peregrinos de la luz entre las tinieblas del mundo. La ausencia de Dios en tantos corazones facilita que se multiplique el mal; pensemos en las faltas de interés por el prójimo, en las familias que se destruyen, en las guerras, en el desprecio por la vida. ¿Qué puedo hacer yo para que el mundo sea mejor? ¿Qué puedo hacer para que Cristo sea más conocido y amado? Un buen comienzo es empezar por ser cada uno un poco mejor con la ayuda de Dios; el bien es difusivo, se ve, atrae, se contagian.
Peregrinos por el mundo, apuntando hacia el Cielo, contagiando la verdad, el bien, el amor, la felicidad a nuestro alrededor; caminando libres de egoísmos, de orgullo, de esas deudas, de esos pesos en el alma, que Dios siempre perdona, y nos hace mejores, felices y llenos de esperanza.
Pedimos en este día a la Sagrado Familia, que se hagan realidad tantos deseos ambiciosos del Papa Francisco, los de este Año Jubilar. Que Jesús, María y José sigan acompañando siempre nuestro caminar, el de este Año Jubilar. Así sea.