Ambas fueron prometidas en matrimonio a dos patricios, pero mientras Anatolia decidió rechazar el compromiso de los jóvenes debido a su devoción a la virginidad cristiana, Victoria le sugirió que aceptara el matrimonio para evitar la condena a la soltería, a pesar de sus propios ideales de pureza. Sin embargo, Anatolia no estuvo de acuerdo y la convenció de que el amor a Cristo debía ser superior a cualquier otra relación terrenal, incluidas las uniones matrimoniales, adoptando así una postura radical en defensa de la virginidad y la vida consagrada.
A raíz de este compromiso con la fe, ambos jóvenes rompieron sus promesas matrimoniales y fueron encarceladas por sus pretendientes, quienes, enfurecidos por el rechazo, las denunciaron ante el emperador Decio. Sin embargo, las dos mujeres continuaron con su vida de oración y servicio a los pobres, incluso vendiendo todas sus propiedades para beneficiarios de los más necesitados.
El emperador, al ver su belleza y virtudes, las desterró a diversas ciudades del imperio. Anatolia fue enviada a Tora, donde finalmente fue martirizada, mientras que Victoria fue enviada a la ciudad de Trebula Mutuesca (actual Monteleone Sabino), donde fundó un monasterio y se dedicó al servicio de Cristo con otras jóvenes vírgenes.
Una de las historias más llamativas que se cuentan sobre Santa Victoria es su enfrentamiento con un dragón que aterrorizaba a los habitantes de la región. La leyenda cuenta que, al ser llamada por los habitantes del lugar, Victoria se dirigió a la cueva del monstruo, ordenó en nombre de Cristo que se marchara, y el dragón, obedeciendo, se retiró para siempre. Este milagro atrajo a muchos a la fe cristiana, pero también provocó la persecución de Victoria por parte de las autoridades romanas.
En el año 250, el exnovio de Victoria, celoso de su fama y santidad, la denuncia ante las autoridades. Fue arrestada, y, a pesar de ser condenada a adorar a la diosa Diana, Victoria se mantuvo firme en su fe cristiana. Ante su negativa, el soldado encargado de torturarla atravesó su corazón con un puñal.
La devoción popular hacia Santa Victoria creció rápidamente después de su muerte. Su cuerpo fue recogido y velado por los habitantes del lugar, quienes lo enterraron en la cueva del dragón, un lugar que con el tiempo se convirtió en un santuario. En el siglo IV, con la paz de Constantino, se construyó una basílica en su honor, y las reliquias de Santa Victoria fueron trasladadas en varias ocasiones debido a las invasiones musulmanas. En 827, las reliquias fueron trasladadas a Ascoli Piceno, y más tarde, en 931, a la abadía de Farfa, donde se construyó una basílica para honrar su memoria.
El culto a Santa Victoria ha sido constante a lo largo de los siglos, y en la actualidad, se venera su cuerpo en la abadía de Farfa, aunque la cabeza se encuentra en la abadía de Sacro Speco en Subiaco. La vida y el martirio de Santa Victoria han sido celebrados a través de los siglos, tanto por la Iglesia como por la devoción popular.
En su memoria, el 23 de diciembre es un día señalado en el martirologio cristiano, recordando no solo su valentía como mártir, sino también su dedicación a la vida religiosa y su testimonio de fe que sigue inspirando a generaciones.