En la icónica película “El Padrino”, basada en la novela de Mario Puzo y dirigida por Francis Ford Coppola, la figura de Vito Corleone encarna un poder omnipresente y temido, que se manifiesta a través del respeto, la lealtad inquebrantable y un pacto de silencio que lo rodea. La palabra “padrino” en este contexto no solo designa a un protector, sino que se convierte en un símbolo de autoridad que aterroriza, al punto de que muchos prefieren enfrentar la prisión antes que traicionar a su benefactor. Esta “lealtad”, este silencio, nacido del miedo, se mantiene por la certeza de que cualquier intento de romperlo conllevaría consecuencias aún más graves.
La situación que emerge en el caso de Loan, en Corrientes, refleja aparentemente este mismo patrón de comportamiento. Con siete detenidos y un número indeterminado de personas que podrían “saber algo más” pero optan por callar, nos enfrentamos a un fenómeno similar al que se retrata en “El Padrino”. La existencia de un pacto de silencio en este contexto no es fruto de la casualidad, sino de la imposición de un miedo que supera cualquier otra consideración. Es el resultado de la presencia de una fuerza que se percibe como superior a la ley, un poder que obliga a aquellos involucrados a mantener el silencio, por temor a represalias que podrían ser devastadoras, para ellos y sus familias.
Aunque es improbable que en Corrientes exista un “padrino” al estilo de Vito Corleone, lo que sí parece evidente es la existencia de un poder que paraliza, ya sea este de naturaleza política, criminal, o una combinación de ambos. La dinámica del narcotráfico en regiones como Corrientes ha demostrado ser capaz de crear estructuras de poder que operan por fuera de las instituciones, pero que las corroen desde adentro, instalando un régimen de terror que no solo controla el territorio, sino que también regula el comportamiento de aquellos que lo habitan.
El miedo es un arma poderosa, y cuando se impone con suficiente fuerza, puede lograr que incluso las personas inocentes prefieran mantenerse en silencio antes que enfrentarse a una amenaza mayor. Este silencio es la manifestación más visible de un control que va más allá de la fuerza física, es un control psicológico que logra lo que ningún sistema de justicia puede garantizar: la lealtad absoluta, aunque sea motivada por el terror.
En el caso de Loan, esta dinámica se hace presente a través del comportamiento de aquellos que, aunque saben, eligen no hablar. Este silencio, lejos de ser un signo de complicidad, es más bien una respuesta natural a un entorno donde el miedo domina. Es la consecuencia de vivir bajo la sombra de un poder que se percibe como omnipotente, uno que ha logrado instaurar un pacto de silencio entre quienes saben que hablar podría costarles mucho más que su libertad.
Este escenario nos debiera obligar a reflexionar sobre la naturaleza del poder en nuestra comunidad nacional y la capacidad de ciertos grupos para imponer un control que se asemeja peligrosamente al de las organizaciones criminales más poderosas. Aunque las figuras como Vito Corleone sean producto de la ficción, las dinámicas que representan están lamentablemente presentes en la realidad de muchas de nuestras provincias, como lo demuestra el caso de Loan en Corrientes.
Entender estas dinámicas y enfrentarlas es fundamental para desmantelar las estructuras de poder que se alimentan del miedo, y para restaurar la confianza en un sistema de justicia que, en muchos casos, parece haber sido desplazado por la ley del silencio.
El autor es co-autor de ‘Entre el porteñismo y la autonomía comunal’