Acá dice “martillo rojo” y, en tu mente, estás visualizando esa herramienta y de ese color. ¿Alguna vez te preguntaste cómo es que llegaste a automatizar tanto ese proceso de asociación entre estos trazos y esa imagen? ¿Y que, más aún, ya ni siquiera notas que lo haces? El estudio de la lectura no es algo nuevo. Desde la década del ‘80, dentro del marco de la psicología cognitiva, la ciencia comenzó a investigar qué procesos y habilidades están implicados en el acto de leer. Pero, con el avance de la tecnología y las neurociencias, las respuestas a este interrogante resultaron mucho más precisas.
Desde el momento en que nacemos, estamos predispuestos a desarrollar el lenguaje oral, ya sea a través de la palabra hablada o la lengua de señas, dependiendo la situación. Esta capacidad innata, casi mágica -si se nos permite la paradoja-, de adquirir el lenguaje hablado, no se extiende al lenguaje escrito. La lectura, con su complejidad y sutileza, desafía a articular estructuras preexistentes del lenguaje oral. La comprensión, el vocabulario, el conocimiento de la sintaxis; todo eso entra en juego cuando nuestros ojos recorren las líneas de un texto.
Vanesa De Mier, doctora en Letras e investigadora asistente del CONICET (LIS, INIGEM, UBA-CONICET), explica que la verdadera maravilla de la lectura radica en cómo nuestro cerebro recicla áreas que inicialmente se utilizaban para otras funciones, adaptándolas para descifrar los secretos de las letras y transformarlas en sonidos y significados. “Si se aborda la lectura y la escritura desde el paradigma cognitivo, uno entiende el proceso y cuáles son las distintas habilidades necesarias para llevarlo adelante”, asegura la docente de la Universidad Católica de Argentina y de la Universidad de Buenos Aires, en esta entrevista con la Agencia CTyS-UNLaM.
Con el auge de las neurociencias se revisaron muchos de los estudios previos generados en base a la psicología cognitiva. ¿Cómo impactó la aparición de los scaners y las neuroimágenes en el estudio de los procesos de lectura?
Estas nuevas disciplinas lo que tienen de contundente es que cuentan con imágenes que pueden hacer escaneos mientras el sujeto de estudio desarrolla actividades de lectura. Así, vemos qué zonas del cerebro se activan y se interconectan ante determinadas tareas. Un investigador francés, Stanislas Dehaene, formula la hipótesis del “reciclaje neuronal”, es decir, que si bien nosotros no tenemos una zona del cerebro que esté predispuesta a procesar las letras, reciclamos un área que originalmente usábamos para procesar cuestiones espaciales y de las líneas horizontales y verticales. Nosotros reciclamos ese área para hacernos especialistas en ver las letras y relacionarlas con los sonidos.
A esta zona se le llama “Caja de las Letras”. Es una región que se activa cuando un cerebro deja de ser solo hablante o lingüístico y se transforma en uno lector. En el caso de los analfabetos, esas zonas del cerebro no se activan. Lo maravilloso es que, mediante neuroimágenes, el científico francés muestra cómo se desarrollan interconexiones entre esas zonas específicas que procesan las letras y las zonas de la fonología y los significados de la lengua, que están mapeadas en el cerebro.
¿Y cómo usamos esta Caja de Letras?
Nosotros lo que almacenamos son representaciones, es decir, una abstracción, un conjunto de rasgos que la definen. Eso es lo que a vos te permite ver una “A” aunque esté en minúscula, mayúscula cursiva o imprenta y con distintos trazos. Tenemos una abstracción de ciertos rasgos que rápidamente, en milisegundos, uno reconoce. Nos volvimos tan buenos en estos procesos que creemos que es una habilidad natural, pero la verdad que no. Al momento de aprender las letras, requerimos de muchísima reflexión y dedicación.
¿Cómo se desarrolla la capacidad lectora?
En primer lugar, requiere enseñanza explícita, porque se trata de un nuevo conocimiento que debemos almacenar. Como no es natural, alguien experimentado en la técnica nos debe guiar para poder sostener la atención en ese objeto particular que son las letras y llegar a almacenarlo en una representación, que es la forma que tenemos de almacenar el conocimiento. En este proceso, se debe detectar cuáles son los tipos de letras y patrones que las configuran y, por último, dar lugar a la práctica para consolidar esas conexiones que permiten relacionar una letra con un sonido y, en conjunto con otras, formando una palabras que nos permite recuperar un concepto. Sin práctica no se fija este conocimiento, el cerebro necesita la repetición.
Con otros idiomas hay diferencias abismales en la pronunciación de las letras. ¿Cómo resulta el español en materia de estudio?
En ese sentido, el español es un idioma muy transparente y fácil de aprender. La noción de opacidad y transparencia en la ortografía de una lengua refiere a la conexión entre lo que uno lee y cómo suena. En nuestro caso, la mayoría de las palabras son transparentes y se escriben como suenan. Eso facilita el proceso de lectura porque, una vez que se aprenden las relaciones entre sonidos y letras, automáticamente podemos ver una letra e identificar el sonido.
Los docentes, en las etapas iniciales, son los encargados de guiar este proceso de aprendizaje. Estos avances que hace la ciencia, ¿se vuelcan en las currículas de los centros de formación docente?
Durante mucho tiempo no se tuvo en cuenta este conocimiento y no se incorporaron paradigmas actuales. Ahora parece que de repente se quiere cambiar todo, pero, en realidad, es sólo ponernos a tono con la discusión que se da en el mundo. Hay cuestiones que no están resueltas como, por ejemplo, el impacto de usar la cursiva desde el nivel inicial, la incorporación de metodologías que trabajan con canciones y la sensibilización a los sonidos desde el inicio. Hay diferencias en las propuestas de enseñanza, pero siempre se tiene que encarar desde la base de la investigación. Si no se refleja esta evidencia científica en los diseños curriculares, y los docentes no acceden a esta información de manera temprana, y si lo trabajan solo en una especialización, el camino es muy difícil.
¿Por qué esta información es tan relevante?
Al hacer un diagnóstico del chico, podés detectar dónde está la dificultad y trabajar para mejorar ese escenario. Si hay un nene en tercer grado que está leyendo una palabra pero la cambia por otra, sabes que tenés que trabajar con la conciencia fonológica, en consolidar las relaciones de correspondencia y volver a practicar la lectura de palabras, así como otros aspectos que son muy importantes a la hora de planificar la enseñanza: la comprensión, el lenguaje oral. Cuando una dificultad no se sortea a tiempo, las consecuencias son gigantes, porque muchísimo de lo que aprendemos a lo largo de nuestra vida es en base a la lectura. El primer objetivo debe ser aprender a leer y a escribir en primer grado.
Se genera un efecto bola de nieve que pudo haber sido detenido a tiempo…
Claro, esperar no siempre es una buena opción. En estos casos, cuanto antes se detecte, mejor. Si no, cuando llegan al nivel secundario y rinden evaluaciones, se ponen de manifiesto grandes dificultades en la comprensión lectora y nos preguntan cómo es posible. Y ese escenario tiene que ver con que esos procesos aún no están automatizados y es por fallas en la enseñanza explícita de procesos que debían ser atendidos durante la primaria. Procesos que van desde reconocer distintas tipografías e identificar la letra como un concepto abstracto hasta tener un vocabulario amplio. El vocabulario es central para distintos procesos de la lectura, conocer una palabra implica tener una representación ortográfica de cómo se escribe y los cambios morfológicos, de la pronunciación y de los distintos significados que puede tener según el contexto. Aprender a leer y escribir es crítico para el aprendizaje y para el mundo en el que vivimos. Tenemos que revertir este escenario y las Ciencias de la Lectura, este conjunto vasto e interdisciplinario de investigaciones sobre el tema, tiene mucho para aportar a este desafío.