La crisis que actualmente se cierne sobre los lazos de hermandad entre España y
Argentina tiene dos responsables: Sánchez y Milei.
Los presidentes de ambas naciones han actuado dejando de lado la institucionalidad de
su embestidura para descender al plano de sus afectos o enconos personales. Han
practicado un “llanismo” político que sólo estropea y mancha una historia de países
hermanos.
Tal como los chicos cuando se los reta por estar peleando, ambos magistrados se
apuran a decir: “El empezó”.
Milei visitó España en otra de sus giras personales. De los siete viajes al exterior que ha
realizado el Presidente, tres de ellos obedecen a su agenda personal.
Dos a Estados Unidos, a una conferencia del Partido Conservador en Washington y a Miami para recibir una distinción de la “Embajada de la Luz”.
Es cierto que enhebró reuniones con personajes aún más influyentes que muchos presidentes del planeta, tal como Elon Musk; pero ningún encuentro hubo con autoridades estatales.
El afán de Javier Milei por imponer su personaje disruptivo y por encarnar los valores de
una supuesta nueva lógica política que abreva en el neo liberalismo o aún en el más
extremo anarco-capitalismo, ha provocado que el personaje se devore al cargo.
Es hoy un líder mediático, quizá el presidente argentino con mayor fama a nivel mundial en tan poco tiempo, pero merced a sus impulsos particulares y a su diatriba de tablón, mucho
más que a su dimensión de estadista.
La construcción de poder, hacia adentro y hacia afuera, es un proceso complejo, donde
la teoría política es importante, pero la llama interna de un líder lo es aún mucho más.
Una se aprende, la otra se tiene. Tener el don de generar interés en los demás puede
ser utilizado a favor o en contra. No siempre ser popular es igual a obtener beneficios
por serlo.
Argentina ha caído casi sistemáticamente en liderazgos mesiánicos, en líderes que
anteponen su persona a la institucionalidad de su cargo, y que desde ese supuesto
liderazgo de las masas imponen sus arbitrios, generalmente a favor de ellos mismos y
de su proyecto de poder, relegando siempre el proyecto de un país.
El presidente tiene la obligación institucional y política de superar su ego, de elevarse
por sobre la coyuntura para mirar el país y el mundo desde un altura superior al resto
de los argentinos. No debe caer al llano de discusiones que sólo buscan hacer sonreír a sus aliados intelectuales, que no sólo no suman nada para el país, sino que restan
mucho. Evitar el “llanismo” debe ser el propósito de todo líder.
*Abogado – Analista Política