Aparentemente nacido en China por un hecho baladí asociada a las tradiciones gastronómicas de su pueblo (una sopa de murciélago), el COVID-19 (coronavirus) ha llegado a afectar a millones de personas, no solo por su incidencia patológica -que es menor con relación a otras causas lesivas-, sino por el efecto sobre la propia subjetividad de los individuos. En el mundo se ha generado una situación de miedo e incertidumbre sin antecedentes. La lista de los cambios es muy abarcativa. Una síntesis la da una nota en un diario inglés.
“Recuerda algunas semanas atrás e imagina a alguien diciéndote lo siguiente: dentro de un mes, las escuelas cerrarán. Casi todas las reuniones públicas serán canceladas. Cientos de millones de personas en todo el mundo estarán sin trabajo. Los gobiernos lanzarán algunos de los paquetes de estímulo económico más grandes de la historia. En ciertos lugares, los propietarios no cobrarán el alquiler ni los bancos los pagos de la hipoteca, y las personas sin hogar podrán permanecer en los hoteles de forma gratuita. Se pondrán en vigencia medidas de provisión directa de ingresos básicos por parte de los gobiernos. Grandes áreas del mundo colaborarán, con diversos grados de coerción, en un proyecto de mantener separadas a las personas por lo menos dos metros, siempre que sea posible. ¿Hubieras creído lo que estabas escuchando?” (https://www.theguardian.com/
Las derivaciones de las medidas son enormes. La más llamativa es la distancia social que, en combinación con la cuarentena, contribuye a romper de hecho la multiplicidad de lazos que nos vinculan con las personas y las cosas. Me hace acordar a la opción de “mantener solo texto” -cuando se hace una copia con el Word – capaz de eliminar al toque cualquier vínculo preexistente entre las palabras para dejarlas aisladas unas de otras. Las complejidades de las tramas interpersonales se simplifican. La mente se disocia entre lo individual y lo colectivo como en un trastorno bipolar de alcance social.
Lo insólito del momento creado con la irrupción del virus, más la incertidumbre sobre la duración y alcance potencial de sus efectos, nos generan una visión francamente desalentadora sobre lo que está sucediendo… en los momentos en que podemos escapar al desasosiego inconsciente que nos invade a toda hora. Pero, como en toda emergencia, la situación presenta distintos costados; hay amenazas muy serias pero también hay posibilidades por explorar cuando pase todo esto.
Si es cierto, como se dice, que nada será igual luego de que pase la pandemia, y si se puede pensar en que las cosas van a empezar a cambiar en nuestro país, es bueno preguntarse cuáles son las líneas estratégicas a seguir. Voy a dar mi opinión sobre algunos tópicos.
De los innumerables problemas que sufre nuestro país, hay uno que prevalece aunque su consideración siempre ha sido secundaria y formal: el desequilibrio territorial y la concentración demográfica. La malformación se puso en marcha hace 250 años cuando la corona española privilegió comercialmente el Rio de la Plata en detrimento de Lima, dando lugar al crecimiento de Buenos Aires. Las riquezas del puerto comenzaron a atraer población en forma sostenida de un el territorio semivacío, produciendo los perniciosos efectos que se observan en la actualidad.
Una comparación entre las provincias de Córdoba y Buenos nos muestra la variación relativa del índice poblacional desde los años en que se formó el Virreinato del Rio de la Plata.
año | número de habitantes | |
Buenos Aires | Córdoba | |
1778 | 43 165 | 44 506 |
1821 | 200 000 | 85 000 |
1847 | 320 000 | 90 000 |
1853 | 500 000 | 150 000 |
1869 | 495 107 | 210 508 |
1895 | 921 168 | 351 223 |
1914 | 2 066 948 | 735 472 |
1947 | 4 273 874 | 1 497 987 |
1960 | 6 766 108 | 1 753 840 |
1970 | 8 774 529 | 2 060 065 |
1980 | 9 766 030 | 2 407 754 |
1991 | 12 594 974 | 2 380 041 |
2001 | 13 827 203 | 3 066 801 |
2010 | 15 625 084 | 3 308 876 |
La disparidad debería ser más marcada si se considera el resto de las provincias.
Desde cualquier punto de visto, la inviabilidad del país se pone de manifiesto en el hecho de que un tercio de su población está amontonada alrededor de la ciudad de Buenos Aires, y el resto vive en un territorio quasi despoblado de 3 millones de Km2. La aglomeración conlleva una cantidad de problemas que son inherentes a su tamaño.
El juego de algunas variables nos muestra no solo la inviabilidad sino el rol perjudicial que juega el conurbano para el resto del país. En el mejor de los casos, cualquier recurso que se ponga en favor de la pobreza es rápidamente absorbido por las migraciones de connacionales que vienen del interior del país, donde tienen menos opciones de subsistencia, y ahora también de los países vecinos. Las mejoras se licúan rápidamente, mientras la población y la pobreza crecen sin cesar.
Esa da lugar a la llamada paradoja del conurbano: cuanto mejor, peor. Se pueden sacar dos conclusiones: si no se para su crecimiento, no hay ninguna posibilidad de un desarrollo nacional equilibrados con sentido federal; la otra es que no se puede desmontar de la noche a la mañana un sistema que se vino armando durante 250 años.
Una política de estado de federalización productiva es la manera de comenzar a revertir la tendencia centrípeta que ha alimentado abusivamente el hinterland de la ciudad de Buenos Aires. Aparte de las inversiones, el levantamiento de un sistema fabril cerca de las materias primas necesita continuar construyendo una infraestructura de conectividad en red que permita la movilidad de los factores en función de las cuotas de exportación que nos sean asignadas o sepamos conseguir. Hay cuatro destinos: el hemisferio americano, el Asia-Pacífico, Europa y África, cometido en el cual también hay que terminar con las unidireccionalidades. Un manejo ordenado de la población implica el control efectivo de fronteras terrestres en favor del trabajo decente así como la cooperación para el desarrollo con los países vecinos como forma de aliviar las presiones migratorias indiscriminadas. La infraestructura debe contribuir a aprovechar las posibilidades geopolíticas de la Argentina, poniendo en valor los miles de km de frontera que posee, para ir atenuando el centralismo porteño.
Algunas de las medidas adoptadas, parecidas como gotas de agua a las de todos los países del mundo, tienden a un control generalizado y excepcional: distancia social, tránsito limitado, amplia disposición de la infraestructura sanitaria, abandono de tareas, teletrabajo, levantamiento y prohibición de reuniones, encuentros virtuales, cuarentena, clausura de fronteras, cierre de fábricas, paralización generalizada de la administración pública, trastornos en la economía y las finanzas, etc., son herramientas que ahora solo causan fastidio, ansiedad y desconcierto, pero que evidencian el poder de los estados de hecho delegados, en este caso ante una amenaza para la salud pública.
Obviamente, todo la drasticidad de esas medidas o circunstancias serán dejadas de lado o matizadas cuando finalice la pandemia. Sin embargo, hay que tener cuenta una cosa: se pondrán en marcha líneas estratégicas globales que no se plasmarán solo en el lapso de una gestión gubernamental. Se requerirá políticas de estado como nunca hubo en la Argentina, un país de culto en materias de divisionismo. Por eso hay que empezar a ser serios en serio. Por ejemplo, los llamados a formar consejos económicos y sociales son experimentos que otrora no han funcionado; así, es difícil esperar que, frente a desafíos tan complejos y complicados, con no pocos de los dirigentes haciendo lo mismo de siempre, se puedan obtener como decía Einstein resultados distintos.
Frente al COVID-19, 200 países están actuando en simultáneo aunque no haya existido una cumbre global de ministros de salud para coordinar las medidas. Por su parte, las NNUU hasta donde se ve no están jugando un papel preponderante. ¿Cuál es entonces el causal de una sincronización que abarca todo el planeta? Haciendo un seguimiento de las noticias a nivel internacional asoma, fiel a su estilo, el rol del G20[i]. A diferencia de 2008/9, cuando encaminó la crisis de Wall Street en unos pocos meses, en este caso la incumbencia es sanitaria, lo que demuestra la amplitud de su agenda. Desde el punto de vista del tablero de comando, la situación no deja de presentar algunas curiosidades.
El G20 carece de los atributos tradicionales del poder. No se apoya en una estructura burocrática; sus autoridades y sedes van rotando anualmente; no tiene programas ni presupuesto establecido (el anfitrión de las cumbres paga los gastos de su preparación; de paso, hay que decir que la inversión no es improductiva: Buenos Aires organizó la reunión global más representativa de su historia, muy probablemente irrepetible por mucho tiempo); la agenda es variable según las circunstancias; su andar es transparente (por su composición, el secreto obviamente está excluido, y el producto de sus deliberaciones se publica de inmediato); no toma decisiones y sus recomendaciones/compromisos (alcanzados por consenso ya que sus instancias organizativas no contemplan el voto) tampoco son vinculantes, es decir, no son de aplicación obligatoria. ¿Cómo puede ser entonces que, en medio de ese universo de características tan paradojales, el G20, en pocos años, se haya ubicado indiscutiblemente en la cúspide de la gobernanza global?
Iluminar el intríngulis no está exento de cierta simplicidad prosaica. Por las razones de una jerarquía informal de poder, el G20 ha subsumido a todas las organizaciones internacionales que necesita para su accionar, lo que no podría ser de otra manera dado que todas esas organizaciones subsisten con los aportes de los países, principalmente los más ricos, que forman parte del G20.
El poder del G20 se basa en la delegación. Lo ejerce a través de las diversas formas que les proveen las organizaciones que subsume, u otras alternativas creadas al efecto. En una apretada síntesis se pueden identificar los siguientes medios (“poleas de transmisión”).
1. Programas de las Naciones Unidas.
2. Organismos multilaterales y sus programas
3. Reuniones ministeriales y canales diplomáticos.
4. Fundaciones y personalidades. Grupos informales convocados ad hoc
5. Organismos regionales
6. Grupos de afinidad y otras instancias del G20
Las diversas ligazones que esas instancias tienen con las jerarquías a niveles nacionales, con distinto grado de formalidad, explican el tránsito que va desde la “recomendación”, hecha por los líderes mundiales en sus cumbres, a la política o medidas concretas que toman los gobiernos incluidos los propios. El G20 vendría ser una especie de influencer con muchos likes entre los que deciden. No hay más secretos que esos. Así, el G20 es un poder de nuevo tipo que no está contemplado en la bibliografía académica. Y su eficacia ya está probada así como su importancia, la que irá creciendo en lo sucesivo, por lo menos hasta un punto. ¿Qué es lo que viene ahora?
En sus 50 años la globalización ha hecho prodigios. En un breve período de tiempo ha sacado de la pobreza a gran parte de la población que estaba en ese estado. Los logros más notorios están en China, el país más poblado del mundo. Un país atrasado, enormemente afectado por las políticas aventureras del maoísmo, se vio favorecido por una decisión estratégica tomada en Occidente. La RC&T había terminado con la escasez a partir de provocar una nueva revolución industrial capaz de elaborar más bienes que los potencialmente consumibles por toda la población mundial. Ahora hacían falta mercados para lo producible, y los países avanzados necesitaban o les convenía descentralizar la producción de bienes de consumo masivo. Era el momento de las industrias de tecnologías de punta o la producción de bienes y servicios más sofisticados que los países centrales se reservaban para sí. Era lógico que se produjera un dinámico trasplante masivo de industrias llave en mano, en constante actualización, que terminó siendo la razón fundamental del desempeño de China.
Esa ecuación dio lugar a la operación logística más grande de la historia: EEUU y en parte Europa, relocalizaron gran parte de su infraestructura industrial en suelo chino. Los resultados son asombrosos, teniendo en cuenta el punto de partida, para un país devastado que ha sido capaz de llegar a ser en apenas cincuenta años la segunda economía del mundo. Por otra parte, el acelerado crecimiento que se viene dando en países de bajos ingresos, africanos y del sudeste asiático, hace que en conjunto la pobreza (los 1U$S/day) se haya reducido a la mitad en pocos años[ii]. Pero aún quedan 1000 millones de ciudadanos globales que deben ser motivo de otro tipo de políticas más asentadas en la base. Es lo que falta para culminar la instalación de la globalización comenzada en los setenta del último siglo.
“La globalización (G) es un emergente multidimensional en la evolución de la sociedad humana. Como tantas otras eras (edades) de las que nos habla la historia, tiene antecedentes que facilitan su alumbramiento. G es un producto de la revolución científico tecnológica. Son dos las disciplinas de mayor protagonismo en el proceso de su gestación: las matemáticas y la computación. Es el momento de la prospectiva que hace que el futuro ya no solo se enfrente sino que se pueda empezar a construir. Cuando esas herramientas permiten elaborar modelos de alcance planetario, ser procesados (simulados), y dar lugar a modelos operativos (hojas de ruta), se hace posible el gerenciamiento compartido de los recursos que el mundo necesita para su evolución consensuada. Es ahí donde nace G, aún en un mundo absurdamente dividido. Esa sinergia, de matriz transdisciplinaria y alto potencial intelectual, toma forma en el momento que el ser humano sale del seno materno y comienza a internarse en el espacio celeste. En ese sentido G es un cuerpo vivo: nace, crece y se desarrolla. Al igual que nosotros, no puede regresar a la vida intrauterina; el sentido común y un abordaje científico lo certifican”. (https://mercado.com.ar/
Desde el punto de vista de la física, la globalización es un campo como lo es el gravitacional. Las más diversas situaciones que afectan a los objetos que estás sometidos a sus líneas de fuerza no hacen que el campo se altere. En él las cosas pueden ser de muchas maneras, pero terminan siendo de una…
Para culminar la instalación de la globalización hace falta sustentabilidad. Los países, sobre todo EEUU, están buscando las condiciones para crear y repartir más equitativamente riqueza generada también en su suelo. Es la razón del sorpresivo proteccionismo de Trump. Es el mismo american first que hemos visto últimamente, aunque sin tanto bombo, en otros países europeos que en su momento también transfirieron empresas al sudeste asiático.
EEUU está importando mucho capital, y está repatriando empresas que otrora fueron deslocalizadas. El objetivo de esa gran movida inversa debería ser uno: la creación de puestos de trabajo genuinos para combatir la pobreza, o favorecer el crecimiento y el desarrollo con sentido nacional. En el caso de EEUU, las reverberaciones de las políticas en marcha se notarán entre las familias que se vieron afectados en su oportunidad por el desguace industrial en favor de China, los habitantes del medio oeste norteamericano que no casualmente le dieron el triunfo a Trump.
“Mitigar la pobreza es una imposición de los principios éticos básicos de Occidente así como del simple auto-interés”[iii] se decía hace algo más de cincuenta años en el informe liminar de la Comisión Trilateral constituida en ese momento. No casualmente era su director quien 5 años antes había tenido a su cargo, como Secretario de estado de EEUU, la tarea de organizar las exitosas conversaciones entre Richard Nixon y Mao Tse Tung para la asistencia de Occidente a la RPCh. Henry Kissinger, ya casi centenario pero aún en funciones[iv], fue el negociador estrella en un viraje clave de la historia de la humanidad (o monje negro de la globalización como lo suelen llamar los trolls en EEUU).
El “neoliberalismo” tiene una lista de logros para mostrar. Es de esperar que se mantengan e intensifiquen las tendencias previas al COVID-19. Actualmente, G tiene 3 objetivos principales: la pobreza, la infraestructura de conectividad, y los aspectos institucionales.
Ya hemos visto la cuestión de la pobreza. En cuanto a la infraestructura, seguirán su curso los proyectos de la Nueva Ruta de la Seda, que están contribuyendo a cambiar en un sentido reticular las comunicaciones, materiales y virtuales, del continente euroasiático y parte de África. Con esos proyectos, en una mega escala, se está dando repuesta estratégica a la herencia colonial/imperialista -radio céntrica en beneficio de las metrópolis- para avanzar en un diagrama de tránsitos comerciales como los que son posibles y necesarios con la globalización.
Al solo efecto de su mención. Las macrorregiones se irán instalando como entes convocantes de creciente incidencia. Se pueden esperar cuatro configuraciones dominantes, tres físicas, de contigüidad territorial, y una virtual, de hecho ya existente. La más extensa es el continente euroasiático, en la que Rusia actuará como administradora de conflictos, pero que irá progresando al ritmo de las nuevas obras de infraestructura de conectividad salidas de la Nueva Ruta de la Seda. Obviamente, es esperable un fuerte protagonismo geopolítico de China pero más geo que político. África Subsahariana, irá evolucionando progresivamente desde el fuerte crecimiento de estos días a las políticas de desarrollo a largo plazo. El proyecto convocante para esos países es el programa África 2063 de la Unión Africana en el que se notará la hegemonía de Sudáfrica. El Hemisferio americano actuará de consuno bajo el comando de EEUU. Y la región revitalizada que actuará sobre la ya existente Commonwealth. Descendiendo de lo macro, habrá subsistemas, algunos muy conflictivos. Es el caso del Magreb junto al Medio Oriente con un manejo creciente de Turquía. De sucesiva consolidación emergerá el Asia Central con la influencia de Kazajistán. El papel creciente de Vietnam se notará en el sudeste asiático. Asoma la alianza que está estableciendo la India con Japón, como contrapeso al protagonismo chino. Cimera, la conjunción más poderosa y decisiva: el imperecedero acuerdo siempre renovado entre UK y EEUU. Y hacia abajo, lo micro regional y lo local, un largo etcétera. Todos ellos son procesos multifacéticos que irán madurando en el mediano plazo. Lo importante: en el plano comercial, siempre lo más dinámico aunque no lo único, los acuerdos y los conflictos se referirán a la parte menos diversificadas de los procesos productivos. Así, no se verán afectados, y por el contrario preservados, fortalecidos y garantizados, los mecanismos inherentes a las cadenas globales de valor (GVC)[v]. Eso puede implicar infinidad de relaciones que no responde a enfoque estratégicos territoriales sino a las necesidades productivas de las mencionadas cadenas. Hay que prestar atención a las cuotas comerciales e inversiones productivas que son, desde afuera y desde siempre, las herramientas con las que se puede promover el crecimiento de los países emergentes y de menores ingresos.
Un tema clave es la fiscalidad referida a las empresas globales. No son pocos los recursos en juego y tampoco faltan las tramoyas. La OECD está llevando adelante bajo el patrocinio del G20, el programa “Erosión de la base imponible y traslado de los beneficios” (BEPS)[vi], que tiende a controlar los destinos de la tributación de las grandes empresas. Es frecuente que las mismas utilicen jurisdicciones fiscales más favorables para pagar sus impuestos, aun en casos donde no desarrollen actividades en ellas. Más complicado es la tributación de las GVC por su dispersión. Un producto puede estar constituido por muchas partes que provienen de distintos países. En el G20 se han dado plazo hasta el 2030 para elaborar los algoritmos correspondientes para el funcionamiento de un modelo impositivo que contemple equitativamente los aportes productivos que hacen cada uno de los países y regiones involucrados.
Se ha puesto en marcha la última fase del proceso iniciado en los setenta para barrer la pobreza de la faz de la tierra. Por cierto, si bien hay resultados que ya se están viendo desde hace algunos años, sobre todo en el sudeste asiático, a la culminación del desafío no se llegará en un periquete. Y en ese cometido habrá distintas posiciones en juego, principalmente dos, el llamado neoliberalismo, que dio sustento decisivo a la gran movida china y de otros países asiáticos, y el populismo, que encarna la Iglesia católica en el reinado jesuítico de Francisco, cuyos resultados aún están por verse. Una batalla con sesgos ideológicos –que con seguridad se reflejará y ya lo está haciendo en la Argentina- como para alquilar balcones.
Para Cadena Nueve, Alberto Ford