Manuel de Coito fue un portugués, nacido en 1637 en San Martín de Barreros cerca de Oporto.
No se sabe cómo llego a Buenos Aires, era escultor, imaginero, es decir, aquel que tallaba y pintaba imágenes.
Su nombre se hizo conocido por haber realizado la imagen de Cristo que el gobernador Martínez de Salazar donó, en 1671 a la catedral de Buenos Aires. Allí se estableció y aún se conserva. Tiene tres metros de alto por dos de brazos.
Este Cristo tuvo el milagro de detener una inundación a finales del siglo XVIII al pasearlo por la calle Balcarce rumbo a San Telmo cortando la lluvia a su paso, a partir de esto llamaban a esa arteria “la calle del Santo Cristo”.
En esos años la Inquisición tenía su peso y gravitación en las sociedades en Europa y América. Particularmente en España y el Virreinato americano.
Cierto día, el escultor fue denunciado por una mestiza que era su manceba, acusado por haber blasfemado contra Dios. Es que las manos de Manuel de Coito, tan hábiles para tallar, le provocaron un grave problema.
Comenzaba a correr el año 1672, mientras esculpía una nueva obra, un martillazo fuera de lugar se estampo en su mano y soltó insultos espontáneos como jamás se han escuchado en la historia de la orfebrería, ante el dolor que ello le provocó.
El acusado fue apresado, engrillado y el proceso comenzó el 30 de Junio de ese año y se prolongó por cinco más, hasta 1677, durante el cual el reo padeció cárcel y tormentos. El portugués de Coito negó su culpabilidad y sostuvo a ultranza ser “cristiano viejo de padre y madre”.
El proceso del Tribunal de la Inquisición que además de luchar contra la herejía, ejercía cierto control sobre aquellos elementos disruptivos de un orden de creencias establecido que engarzaba con los principios fundamentales de la política civil de los virreinatos, lo condenó a 200 azotes por las calles de la ciudad y padecer destierro por cinco años en el presido chileno de Valdivia, ciudad ubicada en el centro del vecino país y cuyo encarcelamiento fundado en 1645 se caracterizaba por su dureza.
Había otra razón para que terminara en Chile. El Tribunal de la Inquisición tenía su sede en Lima, sede del Virreinato del Perú del cual dependía la Capitanía de Chile y Buenos Aires.
En relación al Cristo de Coito cuenta la historia que cuando la catedral metropolitana, en octubre de 1680 se reconstruía de obras anteriores que ocasionaron dificultades en su construcción, el techo se desplomó y se destruyó a consecuencia de ello el retablo del altar mayor y se impuso la demolición de la torre por la gravedad de su deterioro, el Cristo se salvo.
En aquellos años, los habitantes que visitaban al templo recordaban al portugués de Coito y se preguntaban al ver la majestuosidad de la obra si esa no fue una sanción demasiado severa, máxime cuando para la época, el condenado era unos de los pocos imagineros que residía en aquella Buenos Aires, tan escasa de artistas y escultores.
Cuando se visita a la catedral metropolitana, el Santo Cristo de Buenos Aires es parte de las reliquias históricas con ponderaciones de los turistas. Ahora, cuando la recorras, sabrás sobre Él y que es milagroso; y la suerte que corrió su autor Manuel de Coito.