En un tiempo atravesado por la polarización, el juicio rápido y la deshumanización del otro, el papa Francisco ha traído una voz que, más allá de credos o ideologías, recuerda algo esencial: toda persona merece ser mirada con dignidad.
No importa su religión, su condición social o el peso de sus errores. Para él, la humanidad de cada uno vale, y eso basta.
Desde el inicio de su pontificado, Francisco ha insistido en poner en el centro no las normas, sino las personas.
Su gesto de lavar los pies a presos, mujeres, migrantes o musulmanes en Jueves Santo fue mucho más que un acto simbólico: fue una declaración. No se trata de premiar a los puros, sino de acercarse a quienes más necesitan ser reconocidos, valorados y acompañados. “¿Quién soy yo para juzgar?”, dijo alguna vez, y con esa simple pregunta desarmó siglos de dureza y exclusión.
No fue un papa perfecto. Sus decisiones han generado críticas, tanto dentro como fuera de la Iglesia.
Pero hay una coherencia profunda en su forma de ver al ser humano que interpela incluso a los que no creen.
Cuando habla de tender la mano al pobre, al migrante, al enfermo, no lo hace desde un pedestal: lo hace desde la convicción de que en cada uno habita algo sagrado, algo que no se mide por el éxito, la moral o la pertenencia.
Invitaba a que cada persona a que rescate su talento – sin decirlo en concordancia con la parábola de los talentos – y lo desarrolle recordando que todos hemos recibido dones o capacidades para contribuir en esta vida para bien de su familia y las personas.
En un mundo que muchas veces mide a las personas por lo que tienen o por lo que hacen, el mensaje de Francisco devuelve el foco a lo que somos: seres humanos. Y eso, dicho desde el lugar que él ocupaba, tiene una potencia enorme.
Quizás no todos crean en Dios, pero todos sabemos lo que se siente ser mirados con respeto, cariño, afecto y hasta con compasión.
Francisco, con sus palabras y sus gestos, nos recuerda que esa mirada puede transformar vidas. Y que, a veces, lo más revolucionario es simplemente reconocer al otro como alguien valioso, sin condiciones. Sin juzgar!
Hoy, su voz ya no está entre nosotros, pero su eco permanece.
En un tiempo que sigue necesitando humanidad, su legado invita a no olvidar lo esencial: que cada persona, por el solo hecho de serlo, merece ser mirada con dignidad, con respeto y cariño.
Francisco ya no camina entre nosotros, pero su ejemplo sigue siendo un faro para quienes creen que el amor, la justicia, la humildad y la comprensión junto a la compasión, cuando es necesario, no son debilidades, sino el verdadero poder que puede cambiar el mundo.
Que cada argentino a frente de una institución con responsabilidad antes de una decisión importante, recuerde a Francisco y mire la Bandera que nos une!
*Director-creador del Grupo-Multimedios Cadena Nueve-Periodista-Abogado-Consultor de Medios-Autor de: ‘Delitos en la Prensa’-La Plata,1983-‘La Noticia en Imagen’, Pamplona 1991-‘Lo Mejor de Dios, Ellas’, El Remanso, 2007-