Desde el instante en que apareció en el balcón de la Basílica de San Pedro aquel 13 de marzo de 2013, Jorge Mario Bergoglio rompió con la tradición. Eligió llamarse Francisco —como el santo de los pobres— y pidió al pueblo que rezara por él, antes de bendecirlo.
Fue el primer papa jesuita, el primer latinoamericano y el primero en más de 600 años que sucedió a un pontífice vivo tras la renuncia de Benedicto XVI. Pero por sobre todo, fue el papa que eligió vivir con austeridad, hablar con franqueza y poner a los marginados en el centro del Evangelio.
Las frases que marcaron una era
Su pontificado estuvo repleto de frases que se volvieron emblemas. Francisco no temió hablar con claridad, incluso cuando sus palabras generaban controversia dentro y fuera de la Iglesia.
“¿Quién soy yo para juzgar?”, dijo en 2013 sobre los homosexuales, marcando un giro histórico en el enfoque pastoral de la Iglesia.
“La Iglesia debe pedir perdón”, reiteró en 2016, refiriéndose no solo al colectivo LGBTQ+, sino también a las mujeres, a los pueblos indígenas y a los abusos cometidos por el clero.
“Yo no quería ser papa”, confesó con ternura en 2014 a un grupo de escolares, mostrando su lado más humano.
“Es mejor ser ateo que un mal cristiano”, advirtió en 2017, cuestionando la hipocresía dentro de los creyentes.
Cercano, incómodo y necesario
Francisco fue un papa de gestos simbólicos, como pagar su propia cuenta en el hotel tras ser elegido, vivir en una residencia común en lugar del palacio apostólico o usar un Ford Focus en vez de un automóvil de lujo. Pero también fue un reformista decidido, aunque paciente, que entendió que los cambios estructurales en la Iglesia eran lentos, pero urgentes.
Criticó el clericalismo, denunció el abuso de poder, exigió transparencia en las finanzas del Vaticano y enfrentó con determinación —aunque también con algunas críticas por sus tiempos— la crisis de abusos sexuales a menores. “El abuso es una traición a Dios”, dijo en múltiples oportunidades.
Un puente entre fe y mundo
Uno de sus grandes legados fue la capacidad de tender puentes: entre creyentes y no creyentes, entre religiones, entre el Norte y el Sur global. Recibió a líderes musulmanes, visitó sinagogas, oró en silencio en Nagasaki y en campos de refugiados, y no dudó en enfrentar al poder político cuando lo creyó necesario.
Sus críticas al modelo económico global, al nacionalismo xenófobo y a la exclusión social le valieron el aprecio de millones… y también la animadversión de sectores conservadores, tanto dentro como fuera del Vaticano. “Los comunistas nos han robado la bandera de los pobres”, dijo una vez. No era una declaración política, sino teológica.
Justicia social, ecología y modernidad
Francisco impulsó la “ecología integral” como un eje clave de su papado. Su encíclica Laudato Si’ (2015) fue una llamada urgente a cuidar la “casa común”, en la que denunció con fuerza la devastación ambiental y el cambio climático como problemas morales.
Abrió debates sobre el celibato opcional, las uniones civiles entre personas del mismo sexo y el papel de la mujer en la Iglesia. Aunque no llegó a ordenar mujeres ni cambió la doctrina en puntos clave, sí amplió espacios de participación y conversación.
Una voz global frente al dolor del mundo
Durante el conflicto en Gaza, en la guerra en Ucrania, o ante la crisis de migrantes y refugiados, Francisco fue un actor global que no se refugió en la diplomacia. “Dios pone fin a la guerra… rompe el arco y quiebra la lanza”, dijo en 2023, tras una de las tantas masacres en territorio palestino.
También se pronunció en contra de las deportaciones masivas en EE.UU., criticó la indiferencia frente al hambre en África y sostuvo que el mundo no podía acostumbrarse al sufrimiento ajeno.
Una despedida sencilla, como su vida
El papa Francisco murió el 21 de abril de 2025 a los 88 años. Según su deseo, será enterrado en una tumba sencilla en la Basílica de Santa María la Mayor, lejos de los mausoleos papales del Vaticano. Allí, donde tantas veces acudió a orar antes y después de cada viaje, descansará el pontífice que caminó con los pobres, escuchó a los marginados y recordó a la Iglesia —y al mundo— que el poder sin compasión no tiene sentido.
“Haz el bien, incluso si no crees: todos nos encontraremos allá”, dijo una vez. Francisco no solo lo dijo. Lo vivió.