El Papa Francisco, impedido de participar físicamente en el Vía Crucis de este Viernes Santo por indicaciones médicas, dejó un mensaje profundo que resonó con fuerza en el Coliseo de Roma. La ceremonia fue presidida por el cardenal Baldo Reina, pero la voz del Pontífice estuvo presente a través de meditaciones que invitan a una revisión radical de la forma en que vivimos, pensamos y nos relacionamos como humanidad.
En su texto, el Papa propone un recorrido por las catorce estaciones del camino hacia el Calvario como un llamado a mirar de frente las heridas del mundo, pero también a descubrir en ellas una salida, un éxodo, una posibilidad de redención. “En la Cruz, Jesús se coloca entre las partes, entre los opuestos, y los lleva a Dios”, expresa Francisco. Y subraya: “Su cruz derriba muros, cancela deudas, anula juicios, establece la reconciliación”.
A través de imágenes cargadas de significado, Francisco contrapone la lógica divina con las estructuras del mundo actual, que priorizan la rentabilidad sobre la persona. “Hoy existen economías inhumanas, en las que noventa y nueve vale más que uno, porque lo que hemos construido es un mundo de cálculos y algoritmos, de lógica fría e intereses implacables”, denuncia el Papa con claridad. Frente a eso, propone abrazar “la economía de Dios, que no mata, no descarta, no aplasta”.
Uno de los núcleos más fuertes de su mensaje se encuentra en la tercera estación, donde llama a comprender el verdadero camino de Cristo: “el de las Bienaventuranzas, que no destruye, sino que cultiva, repara, custodia”. Y agrega: “Volverse a Cristo que cae y resucita es un cambio de rumbo y de ritmo, una conversión que nos devuelve la alegría y nos lleva a casa”.
Francisco invita a dejar atrás la comodidad de los propios esquemas y a asumir una espiritualidad que incomoda, que cuestiona el egoísmo y el individualismo reinante. “El Vía Crucis es la oración de los que se mueven”, afirma, y remarca que este camino interrumpe la rutina y nos coloca ante el misterio de un Dios que se entrega por amor. “Es un camino que nos cuesta —advierte—, en este mundo que lo calcula todo y donde la gratuidad tiene un alto precio”.
La meditación del Papa se inscribe en su constante predicación sobre una Iglesia en salida, comprometida con los más frágiles, crítica del poder económico deshumanizante y fiel al mensaje revolucionario del Evangelio. En este Viernes Santo, su ausencia física no impidió que su palabra volviera a interpelar conciencias, a llamar al corazón, y a recordar que la cruz no es un final, sino el comienzo de una esperanza que se abre paso entre el dolor y la injusticia.