La economía argentina atraviesa uno de sus momentos más críticos en décadas. Con un dólar atrasado, una competitividad internacional en picada y un consumo interno estancado, el país parece revivir los fantasmas de las políticas de Martínez de Hoz en los 70 y las de Menem y Cavallo en los 90. En apenas 14 meses de gestión del presidente Javier Milei, las operaciones fabriles cayeron un 10%, se perdieron 9.923 empresas y se registraron 217.000 despidos entre empleados formales. Estos números no solo reflejan una recesión profunda, sino también un proceso de desindustrialización que amenaza con dejar secuelas permanentes en la estructura productiva del país.
El atraso cambiario y el déficit comercial
Uno de los principales factores que explican esta debacle es el atraso cambiario. En 2025, Argentina registra el mayor déficit comercial en siete años, con un aumento significativo de las importaciones y una caída en las exportaciones. Este desequilibrio no solo afecta a las empresas que compiten con productos extranjeros, sino que también genera un círculo vicioso: a medida que las importaciones crecen, las fábricas locales pierden mercado y se ven obligadas a reducir su producción y su plantel. El resultado es un aumento del desempleo y una contracción del consumo interno, lo que a su vez profundiza la recesión.
Según datos del Observatorio PyME y el IPA (Industriales Pymes Argentinos), la cantidad de empresas activas en el país se redujo a 551.000, lo que equivale a apenas 12 empresas por cada 1.000 habitantes. Esta cifra es alarmantemente baja en comparación con países como España (72 empresas por cada 1.000 habitantes) o México (40). La falta de competitividad internacional, agravada por un tipo de cambio desalineado, está llevando a muchas empresas a la quiebra o a reducir drásticamente sus operaciones.
Despidos masivos: el rostro humano de la crisis
Los despidos no son solo números fríos en un informe estadístico; representan miles de familias que pierden su principal fuente de ingresos. En Buenos Aires, la provincia más afectada, se registró la mitad del total de despidos. Un ejemplo emblemático es la empresa Dánica, en Llavallol, que cerró su fábrica de margarina y despidió a 150 operarios. Aunque se logró reabrir la planta con una dotación reducida de 40 trabajadores, muchos empleados optaron por retiros voluntarios, lo que refleja la desesperanza que atraviesa el sector.
En San Fernando, Avon cerró una de sus sedes y despidió a 293 empleados, mientras que en Coronel Suárez, la fábrica de calzado Dass, que producía para Adidas, dejó sin trabajo a 360 personas. En Lomas de Zamora, Bridestone despidió a 290 de sus 700 operarios, y en Pilar, empresas como Ferrum y FV suspendieron a cientos de trabajadores debido a la caída vertical en la construcción, sector que terminó 2024 con una variación acumulada del -27,4%.
La industria automotriz también sufre los embates de la crisis. Volkswagen Argentina recortó 300 empleos en Pacheco debido a una caída del 20% en las ventas, mientras que General Motors activó un programa de retiros voluntarios en su planta de Alvear. Incluso multinacionales como Whirlpool y Pepsico no han escapado a la ola de despidos, lo que demuestra que la crisis es transversal y afecta tanto a empresas locales como a gigantes globales.
El efecto dominó en las cadenas productivas
La crisis no se limita a las grandes empresas; también golpea a las pymes y a las cadenas de valor asociadas. En el sector del calzado deportivo, por ejemplo, empresas como Bicontinentar, Coopershoes, Atomik, Puma y Senda han tenido que ajustar sus planteles y despedir trabajadores. La caída en las ventas y la competencia desleal de productos importados están llevando a este sector al borde del colapso.
En la industria química, Linde Praxair, una de las empresas de gases más importantes del mundo, anunció suspensiones y despidos debido a la fuerte caída en la comercialización de sus productos. Shell Argentina también despidió obreros de su refinería de Dock Sud, mientras que Dow Argentina anunció el cierre de su planta en Puerto General San Martín, dejando sin trabajo a 40 personas.
En el sector lácteo, Sancor, una de las cooperativas más importantes del país, emitió 350 telegramas de despido y solicitó un concurso de acreedores en Sunchales. La avícola Granja Tres Arroyos, principal productora de pollos del país, también entró en crisis y despidió a 700 trabajadores, a pesar de que el consumo de pollo aumentó en detrimento de las carnes vacunas, más caras.
Regiones en crisis
La crisis no se distribuye de manera uniforme en el territorio nacional. En Catamarca y La Rioja, las textiles AlpaCladd y Textilcom, dueñas de marcas como Cheeky, Mimo y Penguin, despidieron a 300 trabajadores. En Córdoba, la automotriz Nissan suspendió a 120 de sus 180 técnicos debido a una marcada baja en las ventas y exportaciones de su línea de camionetas Frontier. Petroquímica Río Tercero también anunció retiros voluntarios, afectando a trabajadores directos e indirectos.
En Entre Ríos, la avícola Granja Tres Arroyos entró en un Procedimiento Preventivo de Crisis, mientras que en Rosario, Briket despidió a 300 trabajadores debido a la baja en las ventas de heladeras, producto de la reducción de impuestos a productos extranjeros de línea blanca.
¿Hacia dónde va Argentina?
La situación actual es alarmante. El atraso cambiario, la falta de competitividad internacional y el estancamiento del consumo interno están generando un círculo vicioso que parece no tener fin. La decisión del gobierno de Milei de dejar de financiar la obra pública ha tenido un efecto dominó en sectores clave como la construcción, mientras que la caída en las ventas de automóviles, electrodomésticos y otros bienes duraderos refleja la pérdida de poder adquisitivo de la población.
Si no se toman medidas urgentes para revertir esta tendencia, Argentina corre el riesgo de profundizar su desindustrialización y perder una parte importante de su capacidad productiva. La falta de políticas activas para proteger a las pymes y generar empleo de calidad está agravando la situación, mientras que el aumento del desempleo y la pobreza amenazan con desestabilizar aún más el tejido social.
En definitiva, el “industricidio” que vive el país no es solo un problema económico; es una tragedia social que requiere respuestas inmediatas y efectivas. De lo contrario, el futuro de millones de argentinos seguirá siendo incierto.