La Argentina sufre desde hace décadas un mal estructural que condena al país a la inestabilidad permanente: la ausencia de un plan económico integral, coherente y sostenible en el tiempo. Desde el retorno de la democracia, hemos sido testigos de una sucesión de políticas económicas aisladas, inconsistentes y, en muchos casos, improvisadas. El último intento real de implementar un plan económico estructurado fue el Plan Austral en la década de 1980. Desde entonces, hemos transitado crisis tras crisis, con medidas cortoplacistas que buscan apagar incendios, pero nunca construir un camino sólido hacia el desarrollo.
Un verdadero plan económico no es solo un conjunto de medidas macroeconómicas. Es una hoja de ruta que establece prioridades claras, promueve la estabilidad y fomenta el crecimiento con inclusión. Es un contrato social y político que debe trascender los mandatos de turno y las diferencias partidarias. Sin embargo, en la Argentina, la economía ha sido reducida a una herramienta electoral, manipulada al ritmo de las urnas y sacrificada en el altar del populismo o de los ajustes desesperados.
Hubo, sin embargo, un momento donde se vislumbró una posibilidad de consenso: la creación del Consejo Económico y Social durante el gobierno de Eduardo Duhalde. Ese espacio permitió reunir a distintos sectores —empresarios, sindicatos, Iglesias, académicos y políticos— para buscar soluciones colectivas en un contexto de crisis extrema. Fue un breve destello de lo que podría lograrse si se priorizaran los intereses del país por encima de los intereses sectoriales o personales. Pero, como tantas otras iniciativas en la Argentina, careció de continuidad.
La falta de un plan económico afecta cada aspecto de nuestra vida como sociedad. Genera incertidumbre, desalienta la inversión, perpetúa la pobreza y la desigualdad, y golpea con mayor fuerza a los sectores más vulnerables. Además, erosiona la confianza de los argentinos en sus instituciones y proyecta una imagen de inestabilidad que nos aleja del mundo.
Superar este cáncer implica un cambio de paradigma. Requiere líderes con visión de largo plazo, capaces de convocar a todos los sectores para diseñar un plan que no solo estabilice la economía, sino que también promueva el desarrollo productivo, la generación de empleo y la inclusión social. Pero, sobre todo, exige una ciudadanía que exija ese compromiso, que rechace las soluciones mágicas y los atajos, y que se involucre activamente en la construcción de un futuro mejor.
Sin un plan económico que oriente nuestro camino, seguiremos condenados a tropezar una y otra vez con los mismos errores, mientras las oportunidades se nos escapan entre las manos. La Argentina necesita, y merece, mucho más.
*Estratega en Comunicación Corporativa