En conmemoración del Día de la Soberanía Nacional, se recuerda a las complejas circunstancias que precedieron y dieron origen a un episodio clave de nuestra historia: la Batalla de la Vuelta de Obligado.
Las luchas por la organización política del Estado argentino comenzaron tras la independencia en 1816, pero recién en 1853, con la sanción de la Constitución Nacional, se consolidó un gobierno central. Entre esos años, las provincias argentinas, aunque independientes, se organizaron bajo una Confederación sin un gobierno centralizado. Durante este período, el gobernador de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas, asumió la representación exterior del país por delegación de las provincias, no por una apropiación de poder, sino como parte de un acuerdo implícito por la ausencia de un gobierno nacional formal.
La Batalla de la Vuelta de Obligado, ocurrida el 20 de noviembre de 1845, fue el resultado de la expansión imperialista de las grandes potencias europeas, particularmente de Inglaterra y Francia, que buscaban mayores mercados para sus productos industriales y fuentes de materias primas. En ese contexto, el Reino Unido, con su creciente poderío industrial, sostenía la idea de “libertad de navegación” en los ríos interiores de la región, lo que implicaba permitir el libre comercio en el territorio argentino, particularmente en el río Paraná.
Esta postura chocaba con la política económica de Rosas, quien implementó una ley de aduanas en 1835 con la intención de proteger la producción local mediante altos impuestos a los productos extranjeros, de modo que el mercado interno se orientaba a consumir la producción argentina o rioplatense.
La tensión entre los intereses económicos del país y las ambiciones extranjeras condujo a la confrontación en la Vuelta de Obligado. El 20 de noviembre, una poderosa escuadra anglo-francesa, que superaba ampliamente en número y recursos a las fuerzas argentinas, navegó por el río Paraná, desafiando las restricciones impuestas por el gobierno de Rosas. Ante esta amenaza, un pequeño pero valiente contingente militar comandado por Lucio Mansilla se apostó en la costa cercana a la localidad de San Pedro, en la provincia de Buenos Aires, y montó una defensa en el río, colocando cadenas en el río Paraná, de una costa a otra.
El número de fuerzas enemigas superaba ampliamente en cantidad y modernidad de su armamento a las argentinas, que sin embargo no se amedrentaron y pelearon durante siete horas. De este modo, lograron que las tropas adversarias no pudieran ocupar las costas, objetivo necesario para poder adentrarse en el territorio argentino.
La resistencia a la invasión extranjera logró la defensa del país en términos de fronteras y comerciales, ya que se evitó que colocaran en el mercado los productos extranjeros desplazando a los artículos locales.
El acontecimiento sirvió para ratificar y garantizar la soberanía nacional, implicó la firma de un tratado de paz entre Argentina, Francia y Gran Bretaña, y quedó grabado en la historia como un símbolo de independencia, libertad y unidad nacional.