Cada 8 de septiembre, los fieles en Jerusalén conmemoran la fiesta de la Natividad de la Virgen María, dirigiéndose a la gruta que, según la tradición, marca el lugar de su nacimiento. Esta festividad honra la llegada al mundo de la Madre de Dios, quien nació tras el largo y doloroso sufrimiento de sus padres, Joaquín y Ana.
Aunque los Evangelios no ofrecen muchos detalles sobre María, el Protoevangelio de Santiago, un texto apócrifo del siglo II, proporciona información crucial. En este escrito, se relata que Joaquín y Ana enfrentaban una gran aflicción por no poder concebir un hijo. Joaquín, frustrado por la situación y tras ser rechazado en el templo, se retiró al desierto para ayunar. Según el franciscano Fray Stephane Milovitcz, responsable de bienes culturales de la Custodia de Tierra Santa, Joaquín era sacerdote. Ana, en cambio, permanecía en casa, orando y llorando por la gracia de tener un hijo.
El Protoevangelio describe cómo un ángel del Señor se apareció a Ana, asegurándole que concebiría un hijo que sería conocido en toda la tierra. Ana prometió dedicar al niño al servicio del Señor. Simultáneamente, Joaquín también recibió una revelación angelical y, lleno de alegría, volvió a casa para preparar ofrendas al Señor.
Ana dio a luz a María, y según el relato, al cumplir los meses, Ana preguntó a la partera sobre el sexo del bebé, quien le respondió que era una niña. Ana, aliviada y llena de gozo, llamó a la niña María.
Según la tradición, la Virgen María nació en las cercanías del templo de Jerusalén, cerca de la piscina probática, un lugar que más tarde sería escenario de un milagro realizado por Jesús. La actual Iglesia de Santa Ana se encuentra en el lugar donde se cree que vivieron Joaquín y Ana, y alberga una gruta subterránea con un ícono que conmemora el nacimiento de María.
En una homilía pronunciada en la Basílica de Santa Ana, San Juan Damasceno (675-749) reflexionó sobre la importancia de honrar el nacimiento de la Madre de Dios, quien restauró a la humanidad y transformó la tristeza de Eva en alegría. El santo elogió a Joaquín y Ana por ofrecer al mejor de todos los dones al Creador: su hija, la Madre de Dios.
Aunque el Protoevangelio de Santiago y otras tradiciones sugieren que María pudo haber nacido en Belén o Nazaret, la Basílica de Santa Ana en Jerusalén sigue siendo el lugar más venerado asociado con su nacimiento. Este santuario, de origen bizantino, fue destruido y reconstruido varias veces a lo largo de los siglos. En el siglo XII, se erigió la actual iglesia románica en el sitio tradicionalmente considerado como el hogar de María y sus padres.
La fiesta de la Natividad de María se celebra en Oriente desde el siglo V y en Occidente desde el siglo VII. En Roma, se conmemoraba con una procesión y letanías a la Virgen que culminaban en la Basílica de Santa María la Mayor.
San Juan Damasceno también destacó cómo, a través de María, Dios se hizo presente en el mundo, mostrando su benevolencia al descender a la Tierra sin perder su esencia divina. La celebración del 8 de septiembre no solo recuerda el nacimiento de María, sino también su papel fundamental en la historia de la salvación.