A 111 años de su inauguración, la imponente iglesia de Nuestra Señora del Carmen sigue destacándose en el desolado paisaje de López Lecube, un pequeño enclave con menos de 20 habitantes permanentes en el corazón de la pampa sureña. La estructura, una maravilla arquitectónica construida en 1913, no solo cuenta con un valor histórico incuestionable sino también con una historia que añade un toque de misterio y romanticismo.
La tarde del martes, bajo un calor abrasador y con el termómetro marcando cifras superiores a los 30 grados, el equipo llegó a la iglesia. Los relojes parecían estallar mientras el horizonte se iluminaba con la silueta de Nuestra Señora del Carmen, un monumento que, a pesar de su remoto emplazamiento, sigue siendo una pieza clave en la historia de la región.
La historia de la iglesia se remonta a un evento dramático ocurrido en 1887. Don Ramón Abraham López Lecube, terrateniente y amigo personal del presidente Roca, estaba supervisando sus tierras cuando una nube de polvo reveló la presencia de indígenas hostiles. En un acto de valentía y desesperación, López Lecube se refugió en una vizcachera para salvar su vida, mientras su mayordomo, Eduardo Graham, enfrentaba una trágica desaparición. Durante su encierro, López Lecube prometió erigir una gran iglesia en agradecimiento a la Virgen si sobrevivía, una promesa que finalmente se materializó con la construcción de la iglesia en 1912.
La edificación de la iglesia fue una hazaña arquitectónica supervisada por el ingeniero Pedro Jurgensen y llevada a cabo por el constructor Gerardo Pagano, con mano de obra traída de Bahía Blanca y Buenos Aires. La iglesia se alza con una estructura de ladrillo, hierro y granito, destacando su casco sólido y sus piezas artísticas provenientes de Italia, incluyendo el trabajo del renombrado artista Vittorio Caradossi. Entre sus tesoros se encuentran mosaicos graníticos, cuatro altares, imágenes talladas en mármol de Carrara y 14 vitraux representando santos, entre ellos San Eduardo en honor al fiel mayordomo.
Además, los santos que coronan los altares son casi de tamaño natural, obras maestras del escultor italiano Caradossi. Los vitrales también provienen del Viejo Continente; translucen los rayos solares con brillantes tonalidades, allí están las imágenes de San Roque, San Alejo, San Ramón, San Antonio, San Francisco y uno muy especial, como se señala, a San Eduardo, que honra la memoria de su mayordomo desaparecido.
Tanto los bancos, el confesionario, el Vía Crucis como la escalera que conduce al coro y campanario, son de sólido roble. En sus campanas se encuentra una muy significativa inscripción que reza: “confortado en la fe cristiana, llegué a estos campos el 8 de noviembre de 1880, en los que labré mi felicidad”. Debajo figura la firma labrada de Ramón López Lecube.
Desde 1966, la iglesia estuvo bajo el cuidado de los padres franciscanos, quienes ofician misas solo en los meses con quinto domingo, debido a la escasa frecuencia de estos eventos. A pesar de su magnificencia, la iglesia enfrenta un estado de deterioro creciente, con una urgente necesidad de mantenimiento y restauración. Para abordar esta situación, se ha formado una “Asociación de Amigos” compuesta por vecinos y representantes de pueblos cercanos que buscan presionar a las autoridades para obtener fondos para su refacción y preservación.
En un esfuerzo por asegurar su futuro, la diputada nacional, en el centenario, Virginia Linares presentó un proyecto de ley para declarar a Nuestra Señora del Carmen “Monumento Histórico Nacional”. Esta designación debía proporcionar los recursos y la visibilidad necesarios para la restauración y conservación de esta joya arquitectónica.
El recorrido por la iglesia reveló tanto su esplendor como sus desafíos. A pesar del desgaste por la humedad y las reformas apresuradas, el templo sigue siendo un testimonio impresionante del compromiso de López Lecube y un símbolo de la devoción y la historia regional. La vista desde el coro y el campanario es sobrecogedora, aunque la precariedad del estado del edificio impidió un acceso completo a las campanas.
Nuestra Señora del Carmen sigue siendo un faro de esperanza y un recordatorio del poder de las promesas cumplidas, incluso en los rincones más remotos de la pampa húmeda, bonaerense.