Si algún viajero en el tiempo tuviera chance de viajar unos 100 millones de años atrás, en alguna región entre las actuales provincias de Neuquén y Río Negro, se encontraría, entre la rica fauna de la época, un grupo particular de cocodrilos, los araripesuquios, de no más de un metro y medio de largo y 40 centímetros de alto. Estos animales tenían un hocico angosto y con las fosas nasales al frente, ubicadas del mismo modo que las de un perro o un zorro.
Ahora, investigadores del CONICET, de la Fundación Azara y de otras instituciones hallaron en el Área Paleontológica de La Buitrera, en Río Negro, restos de una nueva especie de estos antiguos cocodrilos: Araripesuchus manzanensis, un animal que se diferencia de las anteriores especies halladas en Argentina por sus dientes posteriores menos puntiagudos, más redondeados.
“Esos dientes, que llamamos molariformes, recuerdan a los que podríamos ver en algunos mamíferos que comen animales pequeños de caparazón duro, como caracoles e insectos, lo que se conoce como dieta durófaga. Sin dudas, tener una especie más de araripesuquios aumenta la diversidad de especies de lo que vamos conociendo”, subraya a la Agencia CTyS-UNLaM el doctor Sebastián Apesteguía, investigador del CONICET y la Fundación Azara y uno de los autores del trabajo.
Fue justamente Apesteguía el que había descubierto, junto al investigador Diego Pol, otra de las especies de este grupo, en 2005: el Araripesuchus buitreraensis, también en Río Negro. La otra especie de la región -además de otras tres halladas en África- es el A. patagonicus, de Neuquén.
El trabajo actual, publicado en la revista científica Journal of Systematic Palaeontology, cuenta con una descripción detallada enfocada en dos cráneos casi completos, de no más de 10 centímetros de largo, además de una mandíbula con la porción anterior del cráneo. Además, se realizaron tomografías computadas para una mejor descripción de los huesos que se encontraban cubiertos de sedimento.
Un cocodrilo con aires de zorro
Cuenta Apesteguía que, en el caso de los araripesuquios, sus ojos se hallaban a los costados de la cabeza y los brazos y piernas, en lugar de salir hacia los costados, y se ubicaban bien debajo del cuerpo. “Así, llevaban su panza lejos del suelo y eso les permitía ser animales ágiles que recorrían al trote el desierto buscando comida animal o vegetal, de un modo más parecido al de los zorros actuales que al de otros cocodrilos. Por eso los conocemos como cocodrilos-zorro”, describe.
De acuerdo con hallazgos anteriores, se sabía que este grupo de cocodrilos era “exitoso”, en relación con que se habían encontrado restos de sus especies en varios lugares. “Pero el hallazgo de Araripesuchus manzanensis es clave porque nos da indicios de cuán diversas pueden ser las especies dentro de este mismo grupo en relación con su dieta. No es fácil hallar nuevos animales que tengan fuentes de alimentación diferentes”, precisa el investigador.
Apesteguía, además, agrega que una de las características más interesantes de este antiguo desierto era que eran muy pocas las especies de animales pequeños y medianos que podían vivir en él.
“Eran especies que necesitaban características que los hagan especialistas. De animales prehistóricos como el esfenodonte o las serpientes Najash, por ejemplo, hemos encontrado cientos y decenas de especímenes, respectivamente, pero siempre de la misma especie (ver recuadro). El hallazgo del A. manzanensis, al ser una especie distinta a los otros araripesuquios, nos viene a mostrar un poquito más de complejidad en ese ecosistema”, completa el investigador, en relación con la diversidad taxonómica y ecológica de este grupo de cocodrilos terrestres del desierto.
El trabajo fue llevado a cabo, además, por la doctora María Lucila Fernández Dumont, también de la Fundación Azara; el doctor Diego Pol, del Museo Argentino de Ciencias Naturales; y la doctora Paula Bona, del Museo de La Plata.
Un homenaje en su nombre
El nombre de la especie fue elegido para honrar a “El Manzano”, un establecimiento rural, conocido en la década de 1920 como “Rancho de Ávila”, donde las familias Pincheira y Zúñiga brindan, desde 1999, su lugar y cuidados para que el equipo de trabajo pudiera acampar y guarecerse de las condiciones más hostiles de campo adentro en las numerosas campañas paleontológicas a La Buitrera.
Un verdadero tesoro paleontológico
La Buitrera ha aportado a la ciencia una impresionante lista de hallazgos completamente nuevos como dinosaurios carnívoros pequeños (Buitreraptor, Alnashetri), herbívoros acorazados (Jakapil), reptiles esfenodontes herbívoros (Priosphenodon) y carnívoros (Tika), lagartijas, serpientes con patas (Najash), pequeños mamíferos de hocico largo (Cronopio), tortugas de agua (Prochelidella) y peces pulmonados.
Para Cadena Nueve,Agencia CTyS-UNLaM