La idea de la república constitucional y la democracia representativa como el culmen de la organización social ha sido elogiada y defendida fervientemente por la mayoría de la élite intelectual y el periodismo de opinión. No es de extrañar que después de generaciones de adoctrinamiento educativo, estos conceptos se hayan sacralizado al punto de ser considerados el “Fin de la Historia” en términos institucionales.
Sin embargo, esta percepción está empezando a tambalearse ante la irrupción de nuevas corrientes de pensamiento, particularmente el anarcocapitalismo, que cuestionan la inevitabilidad y las bondades del Estado-Nación y sus estructuras de poder.
El escepticismo hacia el actual sistema de gobierno ha crecido, con un porcentaje significativo de la ciudadanía argentina expresando dudas sobre la efectividad y la integridad de la democracia representativa y el federalismo.
Los controles, contrapesos y divisiones de poderes, diseñados para evitar abusos, a menudo parecen fallar, dejando una sensación de desconfianza hacia las instituciones.
Este escepticismo se alimenta de la observación de que aquellos en el poder tienden a actuar en su propio interés, perpetuando un ciclo de crecimiento del tamaño y las atribuciones del Estado en detrimento de los ciudadanos que lo sostienen.
La historia muestra que los niveles de imposición, regulación y control han aumentado constantemente, consolidando el monopolio territorial de la violencia por parte del Estado.
La noción de anarquía, a menudo malinterpretada como sinónimo de caos, en realidad significa “sin Estado” y no “sin ley ni orden”.
El anarcocapitalismo propone un sistema de gobernanza sin Estado, basado en la cooperación voluntaria y la autorregulación del mercado.
Este enfoque desafía la percepción tradicional de que el Estado es indispensable para el orden social y la justicia.
Los estudios de opinión reflejan una creciente desilusión con el sistema actual, percibido como ineficaz y corrupto.
La visión libertaria emerge como una alternativa doctrinalmente opuesta al autoritarismo, proponiendo un camino hacia una distribución más ajustada del ingreso y un control más efectivo de los abusos individuales.
El argumento central es que el problema no reside únicamente en la implementación del sistema, sino en su propia naturaleza.
Un Estado, por definición, concentra poder y privilegios en una minoría que, inevitablemente, tiende a actuar en su propio beneficio. Este fallo estructural sugiere que cualquier intento de reformar el Estado desde dentro está destinado a reproducir los mismos vicios.
La historia ofrece paralelismos.
Hace dos siglos y medio, la idea de la república y la democracia era vista como subversiva y caótica en un mundo dominado por monarquías absolutistas.
Hoy, la democracia representativa es defendida con similar fervor, pero su percepción como el final de una época podría ser igualmente transitoria.
El futuro podría ver un vuelco completo si una masa crítica de ciudadanos llega a entender que el libertarismo, basado en la cooperación voluntaria y los contratos libres, ofrece un camino más directo hacia una transparencia deseada y necesaria con control de los abusos, por convicción y sensibilidad de sus autores.
El sistema actual, con sus fallos y abusos intrínsecos, podría entonces colapsar, dando paso a una nueva forma de organización social que priorice la cooperación voluntaria por sobre el poder coercitivo del Estado, donde la inteligencia artificial, pondrá su gran aporte.