En medio de este escenario desolador que es Palestina, y que prefiero no sumergirme en la disputa sobre quién lo inició o sobre sus responsables.
Como testigos de esta historia reciente, presenciamos otro genocidio que se suma a la trágica narrativa de la humanidad. Más de 6,5 millones de seres humanos, a los que identifican como “palestinos” han sido desplazados, y la cifra sigue aumentando.
Entre ellos, un escalofriante número de un millón se enfrenta a una muerte segura debido al hambre en los próximos meses. La asistencia alimentaria ya no llegará a tiempo para ellos; sus vidas penden de un hilo debido a diversas causas derivadas de la inanición. Y, sin embargo, la humanidad permanece en silencio.
Este sombrío panorama me conduce a una profunda reflexión: ¿merece la humanidad continuar su evolución? No puedo evitar cuestionar la integridad de nuestra existencia cuando, como comunidad mundial, permitimos que tales tragedias se desplieguen ante nuestros ojos sin levantar la voz. La indiferencia colectiva, nuestra incapacidad para abordar y remediar estos crímenes atroces, plantea preguntas incómodas sobre nuestra naturaleza compartida.
La responsabilidad colectiva es un concepto que no podemos eludir. No se trata simplemente de asignar culpas, sino de reconocer que todos formamos parte de un todo interconectado. Nuestras acciones y omisiones reverberan a través de la trama de la historia, constituyendo el tejido de una comunidad universalista (que no responde al ideologismo globalista). Ignorar la tragedia que se desarrolla ante nosotros equivale a ser cómplices de la injusticia.
La evolución de la humanidad no solo se mide en avances tecnológicos o progresos científicos, sino también en nuestra capacidad para empatizar y actuar ante el sufrimiento humano. En respetar las culturas nacionales. Si elegimos mantenernos en silencio frente a la tragedia, ¿qué mensaje transmitimos a las generaciones futuras? ¿Cómo justificamos nuestra evolución como especie cuando fallamos en proteger a los más vulnerables entre nosotros?
En última instancia, la pregunta sobre si merecemos continuar evolucionando como humanidad no tiene una respuesta fácil. Dependerá de nuestra capacidad para despertar de este silencio cómplice, para reconocer nuestra responsabilidad colectiva y para impulsar cambios significativos que pongan fin a la perpetuación de tales atrocidades. En nuestras manos está la elección de ser meros espectadores o ser agentes activos en la constitución de un futuro más justo, solidario y compasivo para todos.
Agencia MTR