A medida que las personas envejecen, el funcionamiento del cuerpo y la calidad de vida comienzan a verse comprometidas o deterioradas. Por este motivo, el Colegio de Nutricionistas de la Provincia de Buenos Aires busca visibilizar la importancia que implica la intervención y evaluación nutricional en las y los adultos mayores. Si bien esta etapa fisiológica no está claramente delimitada cuando comienza, la Organización Mundial de la Salud (OMS) estableció su inicio a partir de los 60 años y desde el punto de vista funcional se determinó que la vejez comienza cuando se ha producido un 60% de los cambios fisiológicos atribuibles a la misma.
La Sociedad Argentina de Gerontología y Geriatría (SAGG), informó que la malnutrición en las personas mayores afecta el proceso de envejecimiento y advirtió que su prevalencia se encuentra en aumento. La pérdida de peso involuntaria está asociada a un aumento, entre otros, del riesgo de mortalidad y de pérdida funcional y se relaciona con condiciones como: la ingesta dietética inadecuada, la pérdida del apetito (anorexia), la atrofia muscular (sarcopenia) y los efectos inflamatorios de la enfermedad (caquexia), entre otros.
Asimismo, según una de las guías elaboradas por la Sociedad Española de Gerontología y Geriatría (SEGG) la salud de las personas mayores debe medirse más por la función que por la propia enfermedad en sí y remarcaron que la función es un factor mucho más predictivo para determinar los efectos adversos de salud, la discapacidad, la institucionalización, la hospitalización, la expectativa y la calidad de vida, el consumo así como de los apoyos que precisará cada persona; que la propia enfermedad, la pluripatología o la comorbilidad en sí mismas.
En ese sentido, cuando se habla de personas adultas mayores, no se puede dejar de lado el término “fragilidad”, el cual se define como un síndrome médico de causas múltiples caracterizado por pérdida de fuerza y resistencia, y disminución de la función fisiológica, que aumenta la vulnerabilidad individual para desarrollar dependencia o fallecer.
De esta manera, la institución española mencionó a la actividad física y a la alimentación saludable como dos estrategias de intervención para prevenir o, cuando menos, reducir la fragilidad. Así, la inactividad es factor de riesgo de primer orden en el desarrollo de la fragilidad, mientras que la actividad física ha demostrado su eficacia en retrasar e incluso revertir la fragilidad y la discapacidad, además de mejorar el estado psicoafectivo.
Por otra parte, está fuera de cualquier duda la estrecha relación que existe entre la salud-enfermedad y la alimentación saludable. La alimentación desequilibrada es un factor de riesgo de enfermedades cardiovasculares, diabetes mellitus tipo 2, obesidad, desnutrición e incluso de determinados tipos de cáncer. A su vez, el prototipo de alimentación equilibrada, variada y saludable es la dieta mediterránea, rica en cereales, frutas, verduras, hortalizas y legumbres, con un alto aporte de hidratos de carbono complejos.
Sin embargo, “en los últimos tiempos, este tipo de alimentación fue reemplazada por una de tipo hipercalórica e hipergrasa, sobre todo a expensas de grasas saturadas, alta en sodio y en hidratos de carbono simples (azúcares), con un gran protagonismo de productos ultraprocesados de baja calidad nutricional”, observó la licenciada en Nutrición (MP 5259) Erika Noelia Skrypnik, matriculada en el Colegio de Nutricionistas bonaerense.
Las personas mayores, especialmente las que padecen pluripatología y están polimedicadas, a menudo presentan problemas de salud que actúan como factores de riesgo de desnutrición y, junto a la pérdida de peso, constituyen a su vez factores de riesgo de fragilidad, que está asociada con una disminución de la ingesta, tanto energética como proteica, independientemente del índice de masa corporal.
“Cómo nutricionistas es importante evaluar la ingesta y el estado nutricional del adulto mayor para así poder realizar las intervenciones correspondientes, cubrir sus requerimientos energéticos ya sea desde la dieta o mediante soporte nutricional, suplementar vitaminas y minerales en caso de déficit”, destacó Skrypnik. Y agregó: “La ingesta en esta población se puede ver afectada por diferentes factores como son la pérdida de piezas dentarias, problemas de masticación y deglución, afectación del sensorio, deterioro cognitivo, falta de apetito, dietas restrictivas, consumo de fármacos, capacidad de comer por sí solo y de cocinar, situación socioeconómica, y no dejar de lado la parte emocional de la persona, si atraviesa situaciones de depresión, si se encuentra sola o acompañada. Poder abordar a las y los adultos mayores de forma integral e interdisciplinaria sería lo más apropiado”.
En caso de malnutrición, los suplementos orales deben ser considerados en pacientes de alto riesgo, en pacientes que, con la ingesta alimentaria, no alcanzan los requerimientos diarios recomendados, según indicaciones de la Sociedad Argentina de Gerontología y Geriatría (SAGG).
Por todo esto, el Colegio de Nutricionistas de la Provincia de Buenos Aires recomienda una adecuada y temprana intervención nutricional en las y los adultos mayores a modo de prevención y en pos de mejorar su calidad de vida, cubriendo requerimientos nutricionales de forma individual y trabajando interdisciplinariamente con otros profesionales de la salud.