El padre Guillermo Gómez leyo el Te Deum, en una misa especial por el Dia de la Patria. Frente a una catedral completa, hizo referencia las grietas que al interior de un país o proyecto político generan rivalidades y desencadenan, en algunas ocasiones, la guerra.
ARTESANOS DE LA PAZ
Homilía del Obispo de Santo Domingo de Nueve de Julio, Ariel Torrado Mosconi, leída durante la celebración del Tedeum en conmemoración de la Revolución de Mayo, por el párroco de la Iglesia catedral, presbítero Guillermo Gómez, el miércoles 25 de mayo de 2022.
Cada hecho gravitante acontecido en cualquier rincón del mundo tiene hoy día resonancia global. La pandemia y la guerra en Ucrania llegan y repercuten en nuestro país alcanzando a nuestras ciudades y localidades del interior. Ni estamos a salvo ni podemos ser indiferentes.
Haber visto con los propios ojos los horrores de la guerra, me ha hecho pensar también cómo y de qué manera, en el otro extremo del mundo, nuestra oración, nuestro quehacer y toda nuestra vida puede ser antídoto y contrapeso a tanta barbarie.
El mundo parece encaminarse hacia una etapa de pos-pandemia. Junto a los efectos nocivos a nivel psíquico, en los vínculos afectivos y familiares, en los niveles sociales, políticos y económicos, así como en todos los aspectos de la cultura y el estilo de vida, la crisis provocada por esta “peste global”, dejó al descubierto, también, cuán inconducente es un estilo de vida vertiginoso, consumista y hedonista. Nos paralizó el pánico a la muerte acechándonos tan cerca, las ensoñaciones y veleidades narcisistas se desvanecieron al instante y apareció la tentación del “sálvese quien pueda”.
¿Hemos aprendido alguna lección luego de este “shock” global? Al genuino reinicio -“reset”- debe, tiene y puede darse en y desde el nivel más interior de la persona y en la toma de conciencia más honda de la sociedad toda. La apertura a la trascendencia y el componente espiritual son necesarios e imprescindibles para un renovado comienzo, recomposición y reconstrucción de las personas y de las comunidades. Una visión nueva de la existencia, edificada desde el espíritu, motiva un estilo de vida sano, integrado, equilibrado y proactivo.
Sin embargo, la guerra ha irrumpido nuevamente en el escenario mundial, poniéndonos otra vez al borde de un conflicto de proporciones y consecuencias tan incontrolables como letales.
¿Seguiremos pensando que, al fin y al cabo, siempre hubo guerras y por eso el mundo avanza a fuerza de ellas? Sería la rendición al cinismo y el triunfo de la brutalidad. La violencia, agresividad y los abusos de poder, en todas sus formas, que se dan en nuestras sociedades, son el caldo de cultivo y la preparación de todo conflicto y guerra. Es en el plano más primario de la familia y el pueblo donde se van generando, aprendiendo y cultivan los vínculos y relaciones sanas y pacíficas. La paz comienza en casa.
En nuestra patria la grieta sigue abierta debilitando el diálogo entre sectores, provocando enfrentamientos, poniendo en riesgo la convivencia social y generando exclusión y pobreza. Estamos viendo como “se abren grietas en la grieta” con dialécticas confrontativas y perversas, lo cual no conducirá más que a la fragmentación y la atomización de la sociedad. Nuestra crisis es ciertamente social y cultural, política y económica, aunque no podemos negar sus raíces morales y la insoslayable responsabilidad ética.
¿Vamos a resignarnos a seguir decayendo en todos los ámbitos? Una decidida voluntad de cambio, que incluya un “mea culpa” de cada sector, resignación de intereses y privilegios, acciones de reparación y recuperación junto a acuerdos en acciones direccionadas al bien común y una gran cuota de magnanimidad, son imprescindibles para recomponer y reactivar nuestra patria. Así, cobra sentido la insistencia del Papa Francisco por privilegiar la atención de los pobres, descartados y marginados: son ellos quienes terminan “pagando las cuentas” de la irresponsabilidad, las turbias maquinaciones y la indiferencia.
Es en el nivel y ámbito de nuestras ciudades y pueblos del interior donde bien puede fraguarse un futuro mejor y reavivar la esperanza. Cada “pago chico” es casa, escuela y laboratorio para renovar la sociedad. En el esfuerzo ilusionado, la lucha perseverante, y el trabajo inquebrantable por una convivencia en paz, vamos edificando un mundo nuevo. En este sentido, cada uno de nosotros está llamado a ser un auténtico artesano de paz. Implorémosla como don de Dios, comprometiéndonos a lograrla con nuestro esfuerzo de cada día. Así sea.
+Ariel Torrado Mosconi Obispo de Santo Domingo en Nueve de Julio