El 5 de enero de 1939, Lisandro de la Torre, fundador del Partido Demócrata Progresista decidió terminar con sus días.
Había nacido en Rosario el 6 de diciembre de 1868. Y se habló que la decisión fue por honor. Su pensamiento político fue seguido con atención por Juan Perón, conforme lo confesara el propio ex-presidente de la Nación.
Lisandro de la Torre, fue el político que enfrentó en soledad la corrupción y los negociados de la década del ’30. Su padre, Lisandro, había comenzado a amasar una fortuna como comerciante y la consolidó como estanciero. Su madre, Virginia Paganini, culta y enérgica, hablaba a la perfección el francés e intentaba que en su casa se hablaran las dos lenguas con soltura.
Cursó sus estudios primarios y secundarios en Rosario y al egresar del Colegio Nacional, se trasladó a Buenos Aires para estudiar derecho. A los 20 años se graduó como abogado con su tesis sobre el gobierno municipal. Principios desarrollados en ese trabajo fueron considerados en la Constitución de 1994. Previamente habían sido tenido en cuenta en Santa Fue, cuya provincia desarrolló el régimen municipal, aún vigente, como pocas jurisdicciones en el país.
“Queridos amigos: les ruego que se hagan cargo de la cremación de mi cadáver. Deseo que no haya (…) acceso de curiosos y fotógrafos para ver el cadáver, con excepción de las personas que especialmente autorizo (…) desearía que mis cenizas fueran arrojadas al viento. Me parece una forma excelente de volver a la nada, confundiéndome con todos los que mueren en el universo”.
Luego de escribir estas palabras, Lisandro de la Torre puso fin a sus días, dándose un balazo que le atravesó el corazón. El momento para recordarlo no puede ser más propicio, pues se cumplen hoy 81 años de aquel disparo que estremeció al país.
A pesar de ser uno de los políticos más brillantes, sus últimos meses de vida fueron opacos. Desilusionado, renunció a su banca de Senador Nacional el 5 de enero de 1937 -exactamente dos años antes de terminar con su vida-, alejándose de modo definitivo. A pesar de esto contó hasta el fin con las simpatías populares, dada su valiente y extensa trayectoria. Un mes antes, el 6 de diciembre de 1938 había cumplido 70 años.
De la Torre intentó ser presidente presentándose en dos oportunidades sin éxito, fue miembro fundador de la Unión Cívica de la Juventud, la Liga del Sud y el Partido Demócrata Progresista. No dudó en seguir a Leandro Alem al producirse el quiebre de la Unión Cívica y a lo largo de su vida protagonizó dos duelos: uno contra Hipólito Yrigoyen, el otro contra Federico Pinedo. Todo lo planteaba en términos de honor. Era una modalidad de época, pero la llevaba al extremo. Esa dignidad y honradez, la puso bien arriba en los intereses de la Nación.
Todo aquello que fue perjudicial para el país lo ponía con vehemencia en el Congreso, en su condición de Senador.
De loas años ’30, datan sus más destacables discursos en la Cámara Alta. En los mismos denunció las consecuencias negativas para el país del pacto Roca-Runciman, firmado en 1933 con Gran Bretaña. Precisamente en el marco de esas discusiones se produjo el asesinato del diputado Bordabehere, su discípulo y único apoyo en aquella cruzada contra la corrupción. “El nombre de Enzo Bordabehere –señaló el diario La Tribuna al día siguiente- es ya un símbolo sagrado para los argentinos. Cayó, herido a traición, por defender al lado de su austero maestro las libertades públicas”. De la Torre no pudo dejar de sentirse responsable, aunque lejos estuvo de serlo.
Previamente, Lisandro de la Torre, por algunos años se había alejado de la actividad política, y se concentró en el campo que había comprado en 1908 en Pinas, en el noroeste de la provincia de Córdoba, en el límite con La Rioja. Tenía pensado desarrollar un gran proyecto de explotación agrícola-ganadero. La estancia había sido cuartel general de Facundo Quiroga, del Chacho Peñaloza, de Santos Guayama y de Juan Bautista Bustos. Actualmente, es Parque Nacional.
Y la fortuna quiso que en 1910 cuando el famoso político y escritor francés Georges Clemenceau visitara Rosario en el marco de los festejos del Centenario, tuviera un encuentro con De la Torre. Aseguran que el francés dijo que “he aquí el hombre que deben seguir los argentinos”.
El 5 de enero de 1939 se levantó temprano y dejó en manos de su ama de llaves, una anciana llamada Clotilde, numerosas cartas suicidas pidiéndole que las llevase a un amigo. Sin tener idea del contenido funesto la mujer tomó la calle para hacerlo. Una vez solo, en aquel departamento que habitó durante cuarenta años, se sentó frente a su escritorio y se quitó la vida. Eran aproximadamente las 11.15 de la mañana.
De la Torre dejó cartas a familiares, amigos y al mismísimo comisario para evitar cualquier otra interpretación al encontrar su cuerpo. También a Clotilde, junto a una suma de dinero le agradeció por sus siete años de servicio y le deseó suerte para encontrar un nuevo empleo.
“Pierde el país uno de sus más grandes líderes políticos”, publicaron en Caras y Caretas, revista influyente en su época.
Sus amigos, siempre entendieron que el honor lo llevó a esa decisión, por no haber podido defender los altos intereses de la patria.