EL líder fascista italiano Benito Mussolini era famoso por tener muchas amantes. Se le atribuyeron unas 500. La mayoría fueron de relaciones muy informales y en el marco del poder que ejercía. Se le atribuía ser adicto al sexo.
De esa gama de mujeres, una joven, 29 años menor que él lo cautivo. Se llamo Clara Petacci. Ella, le prodigó amor eterno, a punto tal, pudiendo haber escapado, murió fusilada a su lado hace 75 años. Las Bodas de titanio se cumplieron el pasado 28 de abril. Aquel episodio registrado en la historia data del año 1945. A dos días de ese suceso, Hitler se suicidó. Terminaba la Segunda Guerra Mundial.
La historia es novelesca o cinematográfica, pero real.
La familia Petacci, estaba bien conceptuada en la sociedad italiana, típicas de la burguesía. Su padre era médico e integraba el equipo de asistencia personal al papa Pio XI. Frecuentaba el Vaticano.
Una de las hijas de este profesional de la salud, Clara, inteligente y bien formada tenía por ídolo a Benito Mussolini. Sus fotos lucían en su habitación como ídolo de cine, músico o deportista.
Cierto día, circunstancialmente en Ostia, a las afueras de Roma, en el año 1932, Clara y Benito se conocieron. Ella estaba con su prometido, luego su esposo, su madre y una hermana. La joven expresó su admiración por el hombre fuerte de Italia. Fue el 24 de abril, cuando el coche en el que iba Clara, al cruzarse con el Alfa Romeo del dictador, gritó espontáneamente: “¡Il Duce, Il Duce!”. Esa admiración espontánea, a Mussolini le despertó curiosidad y paró su vehículo.
El primer encuentro fue un domingo en misa. A su término, él la invitó a pasar la tarde. Terminaron en la oficina de Mussolini, en el Palazzo Venezia, donde estaba la sede gubernamental.
Poco tiempo después Claretta pasó a tener una habitación en el palacio, guardaespaldas y auto con chófer a disposición. Allí se le había asignado una tarea de compilación de datos y reportes.
A esto, Raquel – esposa de Benito – sabía de sus aventuras, pero siempre supo que esta era distinta. Trató infructuosamente de separarlos, pero no lo logró, pese a que este historial amoroso causo un sinfín de peleas entre ellos, con acaloradas riñas.
El, había nacido el 29 de julio de 1883. Hombre maduro para la época. Ella, el 28 de febrero de 1912. Jóven con una vida por desarrollar.
La relación creció a punto tal que Benito presentó a su amante a Adolfo Hitler, su amigo.
Lo hizo ya que le joven le despertaba interés, si bien para el pueblo italiano sólo había una esposa: Rachele Guidi diez años menor que Mussolini e hija de una amante del padre del dictador. Se conocieron cuando ella tenía 16 años, se enamoró y la convenció para que se fuesen a vivir juntos. Tuvieron una hija, Eddae, pero no se casaron –la familia y la moralidad estricta todavía no les importaban demasiado–.
Cuando tocó reforzar su imagen de padre de la nación, se casaron y no tardaron en llegar cuatro niños más. El matrimonio duró hasta la muerte de él a pesar de los malos tratos y la lista interminable de amantes que recorrían el salón del Mapamundi. Pero Raquel no era una sufridora en casa, de hecho los que la conocían afirmaban que la verdadera figura dictatorial de la familia era ella. Sufrió y toleró pacientemente a todas las amantes de su marido, pero era consciente de que Clara había llegado para quedarse.
Es más, tras el derrocamiento de Mussolini la relación no se cortó.
En 2009 salió a la luz una selección de esos diarios compilada por el periodista Mauro Suttora, Mussolini secreto. Los diarios de Claretta Petacci. 1932-1938, 500 páginas que revelaban el lado más cotidiano de Ben, como ella le llamaba –él se llamaba a sí mismo “tu gigante”–, que aparecía reflejado como un antisemita fascinado por Hitler –hasta aquí ninguna sorpresa– adicto al sexo y con frecuentes episodios de impotencia (tal vez por haber estado con otra). “Hacemos el amor como nunca antes lo habíamos hecho, hasta que le duele el corazón y luego lo hacemos de nuevo. Luego se queda dormido, exhausto y feliz”, documentaba ella.
“Soy esclavo de tu carne. Tiemblo mientras lo digo, siento fiebre al pensar en tu cuerpecito delicioso que me quiero comer entero a besos. Y tú tienes que adorar mi cuerpo, el de tu gigante. Te deseo como un loco”, le escribía mientras pergeñaba junto a su amigo Hitler la conquista de Europa. “Lo beso y hacemos el amor con tanta furia que sus gritos parecen los de un animal herido. Después, agotado, se deja caer sobre la cama. Incluso cuando descansa es fuerte” escribe ella orgullosa en 1938.
Pero mientras aumentaba la intensidad de sus encuentros sexuales disminuía la influencia de Mussolini en su propio país.
Cuando Victor Manuel III lo destituyó, las tropas aliadas lo apresaron, pero los nazis lo liberaron y lo trasladaron junto a Clara y Rachele al Norte de Italia donde fundó la República de Saló, un pequeño reducto del régimen de Hitler.
Cuando el fin era inexorable preparó la salida de la familia Petacci del país rumbo a España y también la de su mujer Rachele y sus hijos, pero Clara se negó a abandonarlo. Era su última oportunidad para ser “la única” en su vida.
Cuando las tropas aliadas controlaron definitivamente Europa, volvió a huir, pero esta vez fue apresado por los partisanos que lo reconocieron, ya no había escapatoria. Fue en la aldea de Dongo, a orillas del Lago de Como. La tarde siguiente fueron muertos.
Lo fusilaron el 28 de abril de 1945 junto a Clara que se negó a apartarse de su lado, según trascendió, ella se había interpuesto entre su amor y la metralleta del partisano y murió primero, a él lo mataron después de un tiro en la nuca. Días antes había escrito a su hermana “Yo sigo mi destino, que es el suyo. No lo abandonaré nunca, pase lo que pase”. Y lo cumplió.
Los cuerpos de Mussolini, Petacci y los demás lideres fascistas fueron llevados hasta la plaza de Loreto, en Milán, donde el 29 de abril fueron expuestos colgados de los pies.
Las imágenes de sus cadáveres tras haber sido atacados con violencia por una muchedumbre furiosa, dieron la vuelta al mundo, y se convirtieron en unas de las mas emblemáticas de la derrota del fascismo.
Un día después, en un bunker en Berlín, Hitler se quitaba la vida, anticipando el final de la Segunda Guerra Mundial.
Un amor fue fusilado!
Para Cadena Nueve, Miguel A. Banegas Rojas