Hace unos 150 años el gran Sarmiento, senador por entonces, proponía asignar 800.000 pesos para la construcción de ferrocarriles. Acto seguido, y alzándose, exclamó que esa cifra no era nada y que esperaba que antes de su muerte se invirtieran 800 millones en vías!. Desde la barra se escucharon risas y burlas, por lo que Sarmiento pidió a los taquígrafos que esas burlas consten en actas. “Porque necesito que las generaciones venideras sepan que para ayudar al progreso de mi país he debido adquirir inquebrantable confianza en su porvenir. Necesito que consten esas risas para que se sepa también con que clase de necios he tenido que lidiar.”
Los padres fundadores de la República, dándole la razón a Sarmiento, pudieron en un par de décadas transformar un atraso generalizado en un país pujante; si hasta hoy mismo algunas de sus obras nos parecerían imposibles: Mitre gobernaba en 1868 con 500 kilómetros de vías de ferrocarril, y apenas 22 años después Pellegrini lo hacía con 13.000 Kilómetros. Comparemos esto con los 8 Kilómetros de autopista que deben unir el acceso Oeste con Luján que lleva más 10 años de planificación y nos agarraremos la cabeza por un momento.
El avance y desarrollo de nuestra sociedad en varios aspectos se ha visto estancado durante las últimas décadas; con altas y bajas el resultado no ha sido ni positivo, ni acorde con nuestro potencial.
Nos ha faltado, tal vez, fijarnos objetivos audaces y más trascendentales, o a lo mejor los propios gobernantes nos han inclinado por el conformismo de recibir o ver concretarse obras mínimas que en ningún modo transformaban nuestra realidad.
Nos hemos en algún punto, y lamentablemente, acostumbrado al atraso. Hemos vivido situaciones anómalas que rozan lo intolerable. En Nueve de Julio por ejemplo, permitimos que durante 5 años no tengamos Juez de Paz, seguimos transitando rutas y caminos de la producción dignas de la década del 50, el caudal de energía que recibimos es el mismo desde la década del 60, una gran parte de la población de la ciudad cabecera vive en el barro y alejada de cualquier servicio público, nos convencimos de que por no ser parte del partido gobernante de la provincia y la Nación era correcto que seamos discriminados, incluso hoy diferentes referentes políticos siguen haciendo referencia al punto y resaltan las grandes oportunidades que se nos presentan al estar “alineados”, como si el hecho fuese de lo más normal en una democracia.
La mayoría de las obras de infraestructura que precisamos nos parecen inalcanzables y de montos siderales que ni en años podríamos imaginarnos concretar. Presencié varias reuniones donde se habló de los millones de dólares que se deben invertir para que tengamos más energía, de la imposibilidad de ensanchar el acceso Almirante Brown, y así con muchas otras cosas. Tal vez, nos hemos transformado un poco en los necios que se reían de Sarmiento.
La gestión actual, a la cual pertenezco, ha priorizado la obra pública de infraestructura y algunas de estas cuestiones están empezando a solucionarse, otras deberán indefectiblemente esperar ya que es imposible solucionar todos los frentes en tan poco tiempo. Pero lo importante de poner en marcha las obras, ya es una situación que nos resulta extraordinaria. Se han fijado objetivos ambiciosos, y que contrastan absolutamente con los antecedentes de al menos los últimos 10 años, no ya a nivel local, sino también a nivel Nacional y provincial.
Pero esto no es un panfleto partidario, ni es mi idea hacer publicidad de gobierno, lo que quiero transmitir es que la posibilidad que se nos abre de por ejemplo pavimentar la calle Azcuenaga, construir viviendas, cloacas, autovías, y todas las miles de obras que se están realizando a lo largo y a lo ancho de todo el país, es una posibilidad que siempre estuvo. Que demuestra que quienes tuvieron que tomar las decisiones prefirieron malgastar los fondos, o desviarlos para otras cuestiones en el mejor de los casos.
Que nuestro objetivo de progreso vuelva a ser ambicioso como el de Sarmiento, ese es el camino que debemos seguir de ahora en más, gobierne quien gobierne.