domingo, abril 20, 2025
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Cuidar lo ganado

Hay sectores que consideran que en la reciente década se ha ido produciendo un deterioro paulatino de las instituciones que pusieron en peligro la garantía que debe impulsar el equilibro de todo gobernante, en el cumplimiento de las pautas básicas de una convivencia democrática. Las consecuencias que afloraron se pueden sintetizar en la expresión ‘grieta’.  Son lo que mayoritariamente han apoyado un cambio en el convencimiento que los niveles de ausencia de transparencia permitió actos de corrupción, que infectó todos los estamentos del Estado y de sus gobiernos.

Esa decadencia en las instituciones afloró, fundamentalmente en la política a límites inimaginables, a punto tal que junto con las críticas que se le hacen por los precios e inflación, están esperanzados en alcanzar las trasformaciones hacia una nueva realidad, ya que los consensos involucran a representantes de todas las fuerzas políticas, dispuestas a revertir ese cuadro.

El reciente despliegue en los Tribunales de la Ciudad de Buenos Aires – pareciera haber transformado en eficaces a magistrados que hasta ayer nomás integraban las nóminas de los,  cuando menos , cómplices por omisión de los corruptos que hoy convocan – pone a la luz, cómo grupos de particulares fueron captando porciones del Estado con alta influencia en la institucionalidad,  y su accionar, con picos altos de lo que mayoritariamente el pueblo rechaza, y que se había enquistado a punto, que debía verse como normal, cuando los niveles  de corrupción rebasaban con asombro, incluidos a quienes acompañaban las buenas acciones promovidas, pero que no compartían ese accionar, ya que daba lugar a no promover  la capacidad de regulación y control del Estado.

Las causas de la decadencia y de la corrupción no fueron pocas, señalan esos sectores silenciosos. Tienen, además, diferentes matices. Múltiples factores fueron impulsando este proceso de decadencia, el deterioro de la cuestión social, que crece desde hace décadas, con sus consecuencias de exclusión afectando duramente a niños y jóvenes, le brinda “mano de obra” a las diferentes actividades criminales, sobre todo al tráfico de drogas.

El cambio de Gobierno pareció traer un aire fresco a la vapuleada democracia de los argentinos. Los discursos durante la campaña del presidente Macri y de la gobernadora Vidal tenían fuertes definiciones acerca de la lucha contra la corrupción. En realidad, no resultaba difícil, para un argentino honesto, entender que por ahí debería ir la cuestión si es que efectivamente se quería producir un cambio verdadero en el devenir de la Argentina hacia el futuro. Era imposible concebirlo seriamente si antes no se castigaba a los responsables. Y el camino era el de la justicia. Al parecer es lo que hoy se observa como punto sustantivo de ese cambio esperanzador.

Una bisagra de la misma puerta, conforme del lado que se mire puso en consideración que  tampoco era viable un país subsidiado, cambio que se anunciara en la administración anterior, y que debió darse desde el pasado 10 de diciembre.

Alguien tenía, de una vez, que sincerar estas realidades.  Aunque duela, hay que entender – y seguramente todos coinciden por sentido común, aunque muchos no quieran exteriorizarlo -los aumentos generados en las tarifas, el transporte, el fin de las retenciones al campo, el acuerdo con los fondos buitres  y demás situaciones que incomodan,  son la base para impulsar una transformación concreta.

Y en este clima de tensiones por los cambios, comienza a florar algo que resultará trascendente de aquí para adelante y que está en todos trabajar para consolidarlo. Es la transparencia de los actos de gobierno y comenzar a valorar la honestidad de los funcionarios que hubo en todos los gobiernos. Al respecto, no se puede predicar transparencia y cargar contra los corruptos de ayer, al tiempo que se protege o avala a los corruptos de hoy.

Después de lo sucedido en los últimos años no basta con predicar la transparencia y la honestidad. El pueblo debe exigirla todos los días, y los gobernantes demostrarla en cada accionar cotidiano.

Parte de esa transformación está dada en que hay que cumplir las funciones que a cada uno le toquen  con absoluta limpieza de procederes.  En este caso es fundamental la actitud de los que tienen las máximas responsabilidades. Deben exigir la investigación del pasado pero, al mismo tiempo, no pueden permitirse tener funcionarios que no demuestren haber tenido o tener conductas ejemplares.

Si no lo hacen, más temprano que tarde recibirán, lo que el vulgo dice ‘pase de facturas’, y estas deben ser sin subsidios para empezar el cambio que el pueblo en su amplia mayoría espera. Depende de todos… y todas.  Hasta el próximo domingo.

 

 

 

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