En el despacho de Daniel Corach suena música clásica. La última pared del lugar en el sexto piso de la Facultad de Farmacia y Bioquímica de la Universidad de Buenos Aires (FFyB-UBA) está atiborrada de libros y revistas de medicina y ciencia forense en inglés y en español que descansan en una biblioteca. Desde ese pequeño habitáculo, el investigador superior del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) y director del Servicio de Huellas Digitales Genéticas (SHDG) se confiesa un adicto al trabajo: dice que no mira televisión, no es usuario de ninguna red social ni tiene celular. Su único cable a tierra –hobbie que mantiene de pequeño- es la fotografía. En algún momento hasta se debatió entre dedicarse a la fotografía o a la ciencia, pero su padre, médico –fue el primer director del Hospital de Clínicas- lo convenció de que siga el camino de las ciencias duras. Hoy, el Servicio que dirige es la primera institución argentina dedicada a la Biología Molecular Forense; desde allí participó en el esclarecimiento de casos como el atentado a la Embajada de Israel y a la AMIA, el accidente de aviación de LAPA, el suicidio de Alfredo Yabrán, el accidente del avión de SOL y la muerte de Ángeles Rawson. Corach es también parte del flamante programa “Ciencia y Justicia” del Consejo, que propone establecer un nexo entre los requerimientos de la Justicia y la asistencia científico-tecnológica que pueden ofrecer los centros de investigación científica pertenecientes al CONICET, en los que se desarrollan tareas de potencial interés pericial.
“Hasta hace unos años la evidencia científica no era relevante: no había cuestiones académico-científicas orientadas al análisis criminal. Era una deuda que teníamos y que de a poco se va saldando. El programa `Ciencia y Justicia` propone establecer un puente entre los requerimientos y demandas forenses y la investigación científica”, explica Corach, que comenzó mirando la ciencia forense de lejos: estudió biología como carrera de grado en la UBA. “Yo no quería hacer esto”, admite entre risas. Se recibió en 1980 y se dedicó, por un tiempo, a estudiar el análisis genético de roedores endémicos de América, estudio que le permitió acceder al título de Doctor de la UBA en 1987. Al ingresar a la Carrera del Investigador del CONICET, en 1989, como forma de generar recursos genuinos decidió utilizar las mismas técnicas que aplicaba con roedores, pero para identificar gente.
“Estaba en la cátedra de Genética y Biología Molecular de la Facultad, con su titular, el doctor en Medicina Héctor Targovnik, y se nos ocurrió presentar una propuesta de oferta de servicios, por un lado, él orientado al diagnóstico molecular de patologías y por otro, yo para la identificación humana a requerimientos de la Justicia. Así comenzamos”. La novedad de lo que ofrecieron se convirtió en algo sumamente útil para el Poder Judicial. “Inmediatamente nos llamaron de la Suprema Corte de Justicia y nos pidieron probar la capacidad operativa, para ver si era efectivo. Nos mandaron muestras del atentado a la Embajada de Israel, a ver qué hacíamos con ellas. En el mundo nunca se había hecho algo así: la ciencia jamás había intervenido en un ataque terrorista de esta naturaleza”, recuerda. “Desde ese inicio –dice- ya no pude volver a la biología”.
En el año en que Corach se doctoró, en Estados Unidos comenzaba toda una tradición de entrecruzamiento de bases de datos de inteligencia para optimizar la justicia. “Recién hace dos años, en nuestro país, se tomó una decisión similar: la de desarrollar una base de datos de inteligencia, y a diferencia de otros países que usan el sistema norteamericano, en Argentina se optó por un desarrollo propio que yo creo que va a andar muy bien, y está en fase de lanzamiento: esto plantea un problema clave que es que todos los laboratorios que participen aportando información a la Base de Datos de Inteligencia manejen protocolos unificados comunes. Ese será el repositorio de información de todos los centros provinciales, nacionales y federales, que deberá estar dentro de un marco de acreditación y sometidos a programas de garantías de calidad”, explica. La red sólo será viable si se logra la homogeneización de protocolos, en caso contrario se puede incriminar falsamente a alguien o exculpar a un criminal. Para eso hay que someterse a las normas internacionales de garantías de calidad, como la ISO 17,025, aplicable a los laboratorios de pericias forenses experimentales que garanticen y permitan demostrar que el laboratorio está trabajando bajo sistemas pautados de calidad, que las muestras son trazables y que los procedimientos y equipamientos cumplen con los requerimientos documentados en el Sistema de Calidad aprobado del laboratorio”.
Su servicio siempre intentó adecuarse al máximo a las normas de calidad. Por eso mismo, a partir del primer caso en el que participaron en 1991, el SHDG no hizo más que crecer: no cesó de asesorar a la Justicia a través de convenios para brindar servicios de identificación basados en análisis de ADN. Corach comenzó con la casuística de todo el país. Pero luego, fue impulsado a través del Servicio a formar al personal de laboratorios provinciales para federalizar sus laboratorios forenses. Hoy el SHDG está compuesto por cuatro científicos y dos secretarias. “A lo largo de estos años llevamos a cabo investigaciones científicas, ofrecimos servicio técnicos y formación de recursos humanos –dice Corach- y en un futuro no sabemos a dónde vamos a parar: estamos buscando opciones”.
Claro que Corach ya tiene ideas para ese futuro que se vislumbra incierto: como realizar perfiles genéticos de todos los individuos que participan en las fuerzas de seguridad. “Y lograr una homogeneización metodológica entre todos los laboratorios como para que la base de datos de inteligencia pueda empezar a recibir datos compatibles y comparables. Ahí –asegura- vamos a tener una gran herramienta para contribuir al proceso de emergencia en seguridad”.
Además, Corach tiene proyectos paralelos que se abren a medida que solucionan casos. “Los datos que obtenemos en cualquier análisis permiten entender características de la estructura poblacional desde un punto de vista genético, por ejemplo. Se puede ver cuáles son las características genéticas del país, colaborando así al conocimiento etnológico tanto del país como de la región. Y si vamos más allá, te permite conocer indicadores que permiten evaluar ancestralidad, y logramos tener una herramienta adicional para correlacionar con susceptibilidades a patologías. Podemos hacer medicina transnacional usando las mismas herramientas. Podemos aportar a muchos lados con lo mismo: hacer investigación de base, resolver casos y formar gente”.
El procedimiento a través del cual analizan las muestras en el SHDG puede llevar desde un día a entre treinta o cuarenta y cinco: las muestras llegan vía postal, o con cadena de custodia policial, una vez que ingresan, se extrae la muestra, se cuantifica el ADN, se amplifica, se analiza y se revisa. Finalmente se emite un informe.
Para hacer un análisis, explica Corach, se utilizan entre 500 picogramos y 2 nanogramos de ADN, “cantidades que en una gotita de saliva se superan ampliamente, siendo el nivel de sensibilidad muy alto”. Pero un caso puede requerir una sola muestra, o cincuenta, según su complejidad.
“Todos los casos son gratificantes, sobre todo cuando vemos que el resultado puede aportar a la justicia”, dice el investigador, que asegura que en ningún caso se involucra personalmente. Hoy en día en el SHDG llevan analizados 14 mil casos: un promedio de entre 500 y 600 casos al año. Para el caso de Mangieri, por ejemplo, analizaron 183 muestras, para la caída del avión de Sol fueron 418 muestras. “Lo importante es manejarse con absoluta ignorancia del marco en el cual se encuadra el caso y sus muestras. Algunos tienen un componente adicional, como cuando tenemos que ir a exhumaciones o a la morgue para seleccionar y tomar restos cadavéricos. Pero desde el punto de vista técnico, las muestras que analizamos son sólo perfiles genéticos”. Ir a la morgue, confiesa, es siempre interesante. “Antes de comenzar con los análisis de genética forense no había visto un muerto, la primera vez que fui a la morgue vi muchos, después no podés dormir. Pronto me acostumbré y aprendí a tener contacto con cadáveres. Los muertos son muy tranquilos, no hacen daño –bromea-. El mío es un trabajo muy interesante, apasionante”.