El reconocido actor argentino Cristian Thorsen presentó en el Teatro Victoria de Montevideo la obra “Las manos de Eurídice”, escrita por Pedro Bloch.
A propósito de esa presentación, compartimos a continuación lo que escribió el escritor uruguayo-nicaragüense, Luis Topogenario.
“Las manos de Eurídice”, de Pedro Bloch
Asistí a la interpretación de “Las manos de Eurídice”, de Pedro Bloch, que puso en escena Cristian Thorsen, actor argentino que en única función -y dirigiéndose a sí mismo- se apoderó del viejo Teatro Victoria, de la calle Río Negro, casi Uruguay.
Notable actuación de Thorsen. Repito: Notable. Como si su objetivo fuese el desplegar todo el repertorio contenido en su ser y en sus talentos, Thorsen se apodera de la obra de Bloch y la va ejecutando lentamente, con su personal in crescendo, para culminar en el núcleo crítico del texto sin que se aprecien ninguna de las costuras que implica tal factura.
Desde el gen de lo canallesco, pasando por la timidez de la víctima, la dulcedumbre del verdugo o la herejía del que sobrevive, el personaje de Thorsen utiliza su cuerpo y sobrevuela todas las aguas de la dramaturgia para establecerse en un universo dramático que engulle al público.
Hay que aquilatar un poco este logro: la obra, una ejecución unipersonal en dos actos, requiere considerable talento por parte del artista para evitar que caiga en una parrafada idiotizante cuya licuefacción teatral sólo llevaría a liquidar el texto de Bloch. Thorsen posee estos talentos; conecta con el espectador, lo involucra, lo hace partícipe, pero no de una manera achatada e inconsecuente, sino con el tacto que la obra de Block exige para que su ejecución sea pausada, reflexiva, con los tiempos idóneos. Thorsen no establece simplemente la tensión en el espectador: utiliza todo su cuerpo para ser el pensamiento de la tensión mismo.
La gestualidad y la vocalización de Thorsen son de enorme estudio y de excelente ejecución: el mecerse en la obra sin apurar el cenit y sin forzar el nadir; el sabes equilibrarse al momento de elevar la voz, de utilizar los ojos, de estudiar sus manos. No abusa de su violencia muscular ni se desgasta en la pusilanimidad del balbuceo, la repetición o el achaque. Hasta el sudor que transpira parece frotarse con el texto, como ejecutando el pacto. La puesta en escena toda es un tour de force de la gestualidad artística que debe poseer un actor de teatro para merecer ese nombre.
He aquí lo mágico del talento de Thorsen en esta noche: te envolvía en su energía y te hacía desear, por un momento, el ser actor de teatro. En ciertos momentos, el texto de Bloch se volvía la excusa que ese hombre utilizaba para que quienes habíamos asistido deseáramos ser el personaje desarticulado, complejo y damnificado de su propia mente, que era el ser, el mínimo ser que Bloch le había obsequiado esta noche.
Espero tener la oportunidad de volver a presenciar a Thorsen en Uruguay. Su talento es de lo mejor que he visto en tiempos recientes. En cada obra, en cada actuación, en cada gesto o movimiento de manos, allí siempre hay un espectador agazapado, cruel, dispuesto a traicionar al actor. Thorsen aparece en guardia, y su lid nos llega hasta lo íntimo, sin aviso. Notable.